Mi Pepe es un buen hombre
Los niños se han ido al colegio ya. Hace un rato pasó el bús escolar a recogerlos. Hoy no tuve fuerzas para acompañarlos hasta la parada. No deseaba enfrentarme a la luz del día, ni a la Mary sonriente dándome los buenos días. Me resulta insoportable su alegría sempiterna y no es que no me alegre por ella, pero verla tan feliz me parece casi insultante en este momento, así que me he conformado con ver a mis niños por la ventana. Marina es tan linda, me ha dicho adiós con su manita antes de subir y Rubén es tan responsable, fíjate, parece un hombrecito dentro de un cuerpo chico.
Otra vez sola. Los cristales necesitan un repaso pero hoy no tengo fuerzas. El cielo amenaza lluvia, está gris pero no tanto como ese agujero negro que ha aparecido otra vez en la esquina de mi habitación. Nadie lo ve, solo yo puedo verlo. Me llama, me atrae, pero yo intento resistirme. Quiere que entre en él.
Me siento en la silla que hay al lado de la mesita circular ubicada en la esquina opuesta de la habitación y sigo sin poder despegar la vista de ese agujero. Una punzada enorme lacera mi pecho y no puedo contener las ganas de llorar. No sé por qué lloro, pero lloro. Quiero vaciarme, quiero gritar pero no me llega la voz a la garganta. A veces desearía ser valiente y terminar con todo. Sería tan fácil… ahí está otra vez ese agujero negro. No sé qué hay detrás pero seguro que es mejor que lo que hay en este lado.
Cinco euros. Mi Pepe ha dejado otra vez cinco euros sobre la mesa. Vaya, creo que se ha olvidado de que hoy tenía que pagar mis medicamentos para la diabetes. Ayer también se olvidó, y antes de ayer también. Al menos tengo para comprar el pan y la leche de los niños. Aunque comen en el colegio y él en el trabajo, mi Pepe es un buen hombre, se ha acordado de dejarme dinero para comprar su leche y el pan.
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Bueno, no tengo mucha hambre. Si acaso, puedo repetir de las patatas con tomate que guisé anteayer. Ayer no me las comí todas, puedo repetir. Después de todo, no tengo fuerza ni para cocinar. Ni fuerza ni ganas. Me siento tranquila, al menos ellos comerán muy bien.
Algo no anda bien, vuelve a dolerme la cabeza pero el paracetamol ya no me hace nada y los ojos están tan perezosos como yo, veo un poco borroso. Quizás no debería llorar tanto pero si no lo hago me ahogo. Siento que me falta el aire y me siento prisionera de mi propio cuerpo.
Cierro los ojos por un momento para aliviar mi cabeza de presión, pero mi mente no puede estarse quieta. No quiero que piense pero sigue pensando sin parar. Eran tan bonitas las cosas antes… Mi Pepe era muy atento, me quería mucho, nunca me faltó un mimo o una palabra linda. Aun me quiere porque es muy bueno con nosotros, pero ya no pasa tanto tiempo en la casa. Creo que su trabajo lo tiene totalmente absorbido. Es normal, desde que se cambió de puesto las responsabilidades son más y pasa mucho más tiempo allí, en reuniones de trabajo. Cuando llega solo se ducha y se acuesta y se queda dormido. Siempre llega tarde, pobre de mi Pepe, trabaja demasiado. Apenas hablamos. Ya no hay besos ni caricias.
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Me siento tan cansada. No lo entiendo, hoy no he hecho nada.
Creo que iré a la Farmacia del hospital, a lo mejor me ayudan y pueden darme mi medicina…otra vez. Aunque el miércoles me enviaron a pedir cita a salud mental. Yo solo quería mis pastillas para la diabetes porque mi Pepe no se acordó de dejarme dinero para ellas, quizás lo olvidó, pero me mandan allá…
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A la noche trataré de hablar con mi Pepe, quizás hoy tenga tiempo para escucharme, es un buen hombre.
¡Oh vaya! Qué daño… me he caído al levantarme de golpe y encima he tirado del mantelito azul de la mesa tratando de sostenerme y se ha derramado todo al suelo.
No puedo moverme.
Todo se oscurece.
Creo que ese maldito agujero negro se ha cansado de esperarme y se me ha tragado. Todo es oscuro, ya no siento el suelo frio, ni siquiera el dolor de las magulladuras del golpe. Solo la cabeza un poco húmeda pero ya no duele tanto.
Solo tengo sueño.

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