Mito de Cupido / Eros y Psique
Érase una vez, porque es así como comienzan todos los cuentos, un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos mayores, en edad de recibir la admiración de los hombres y la más pequeña tan hermosa, tan bella, que no existen palabras humanas para describir como se merece semejante belleza.
Tan grande era su hermosura, que pronto su fama alcanzó reinos distantes y llegó incluso a los oídos de la diosa Venus rumores del nacimiento de otra Venus en la tierra y adornada con la flor de la virginidad.
Venían hombres de lejanos caminos, ya fuese por mar o por tierra, a contemplar semejante espectáculo de belleza nacido en el mundo, olvidando pues adorar a la Diosa Venus, destruyendo sus templos, menospreciando sus ceremonias, olvidando sus sacrificios.
Esto, encendió en enojo enormemente a la Diosa Venus, que llamó a su hijo Cupido al que le hace un especial encargo:
“¡Oh hijo! Yo te ruego por el amor que tienes a tu madre, y por las dulces llagas de tus saetas, y por los sabrosos juegos de tus amores, que tú des cumplida venganza a tu madre. Véngala contra la hermosura rebelde y contumaz de esta mujer, y sobre todas las otras cosas, has de hacer una, que esta doncella sea enamorada, de muy ardiente amor, de hombre de poco y bajo estado, al cual la Fortuna no dio dignidad de estado, ni patrimonio ni salud. Y sea tan bajo que en todo el mundo no halle otro semejante a su miseria.”
Entre tanto, Psique estaba sola, era alabada y admirada por todos pero ninguno la pretendía para casarse con ella. Lloraba su soledad, aborrecía su hermosura, y siendo virgen se sentía viuda al punto de enfermar su cuerpo y llagar su corazón.
El padre intuyendo que había alguna ira de los dioses de por medio, decidió ir a consultar el oráculo del dios Apolo, y con sus sacrificios y ofrendas le suplicó que le diese casa y marido a su hija.
Apolo le respondió: “Pondrás esta moza adornada de todo aparato de llanto y luto, como para enterrarla, en una piedra de una alta montaña y déjala allí. No esperes yerno que sea nacido de linaje mortal; más fiero y cruel y venenoso como serpiente: el cual, volando con sus alas, fatiga todas las cosas sobre los cielos, y con sus saetas y llamas doma y enflaquece todas las cosas; al cual, el mismo dios Júpiter teme, y todos los otros dioses espantan, los ríos y lagos del infierno le temen.”
El rey entristecido retornó a su casa y compartió con su esposa los mandatos del dios Apolo. Y lloraron por algunos días, tratando de alargar el momento de abandonarla a su suerte.
Psique, cansada de lloros y lamentos amonestó a sus padres pidiéndoles que la dejasen ya en el risco donde Apolo había ordenado.
Y así se hizo. Todo el pueblo la acompañó hasta llegar a lo alto del risco y luego todos se retornaron dejándola allí sola a su suerte, llorando llena de temor. En esto llegó el viento de cierzo, que tomándola en su regazo, y suavemente la llevó valle abajo y la puso en un prado muy verde cubierto de flores.
Psique se quedó profundamente dormida y al despertar, repuesta de cansancio y olvidadas sus tristezas, decidió explorar el hermoso lugar. Vio a lo lejos una casa real, tan hermosa que no parecía hecha por mano de hombre alguno, sino más bien por manos divinas.
Y así Psique conoció a su esposo
Decidió explorarla y se quedó maravillada tanto por las riquezas que albergaba en su interior y su belleza, como de la ausencia de cerradura alguna que salvaguardase todo aquello.
De pronto, unas voces se oyeron en la estancia donde estaba, que se pusieron prestas a su servicio, confirmándola que todo lo que allí había era suyo y que cuando tuviese cualquier necesidad, solo tendría que pedirlo y ellas, acudirían prestas a servirla.
Psique tomó esto como provisión divina y después de descansar y asearse y disfrutar de diversos manjares y escuchar música hermosa, se dispuso a retirarse a sus aposentos a pasar la noche.
Sin embargo, ni bien se había dormido cuando se despertó sobresaltada por sus miedos a que alguien dañase su virginidad.
Y sucedió que estando en ese miedo, llegó su marido no conocido y la hizo su mujer. Pasó el tiempo y Psique continuaba sin conocer a su esposo, pues este no se dejaba ver a la luz del día, sin embargo, sus visitas así como su voz y su tacto le resultaban placenteras en su habitual soledad.
Entre tanto, sus padres no dejaban de llorarla y le guardaban luto y las hermanas ya casadas y enlutadas también, convinieron en visitar a sus padres para darles consuelo.
Y aquella misma noche, el esposo de Psique la advirtió de un peligro de muerte la acechaba y que él deseaba que se guardase de ese peligro.
Tus hermanas – así le dijo – turbadas pensando que estás muerta, van a querer seguir tus pasos y vendrán al risco donde tu viniste. Si por ventura oyes sus voces y su llanto, no respondas ni mires porque si lo haces a mi me darás mucho dolor, pero para ti causarás un grandísimo mal que te será casi la muerte.
Psique le prometió que así lo haría pero una vez se hizo el día comenzó a llorar, a pensar en sus hermanas y padres que sufrían por ella creyéndola muerta y eso la llenó de desasosiego, tanto que ni quiso comer, ni lavarse, ni recrearse en forma alguna.
Y así continuó hasta la noche, momento en que llegó su esposo nuevamente a visitarla en su cama y al verla en ese estado la amonestó.
Sin embargo, ella le rogó que le dejase ver a sus hermanas y consolarlas, a lo que finalmente su marido asintió y no solo eso, sino que le permitió que les diese todo lo que deseasen, joyas incluidas.
Aun así, le hizo la advertencia de que no escuchase el mal consejo de sus hermanas, pues movidas por la envidia querrían que ella descubriese su identidad y ella no debía ver ni su rostro ni su figura y si así lo hacía nunca más volvería a verlo ni a tocarlo.
Psique, feliz le dijo que antes prefería estar muerta que pensarse sin él pues le amaba ya profundamente y se deshizo en besos y alabanzas.
Esto, desarmó al marido que prometió a su vez hacer cuanto ella quisiese, de modo, que envió al viento Cierzo a buscarlas para que las trajese al palacio.
La envidia de las hermana, mala consejera es
Las hermanas, al ver el lujo en el que vivía Psique y la mucha servidumbre que la atendía con tan solo oírla llenaron sus corazones de mucha envidia y en el trayecto, al retornar de nuevo a su casa, se lamentaban la una con la otra de lo injusto que era que ellas, siendo mayores fuesen esclavas de maridos advenedizos y desterradas además de su propia tierra, apartadas del hogar que las vio nacer y de sus padres, y que su hermana, siendo la última y más joven, estuviese colmada de atenciones y riquezas.
En sus tribulaciones y quejas, convinieron ambas en no contar a nadie de la felicidad y lujo de Psique, escondieron joyas y determinaron en volver a sus pobres casas y con sus viejos maridos y en el trayecto, iban urdiendo la traición y el engaño e incluso la muerte contra su hermana a la que consideraban soberbia.
Eros, trató de advertir a Psique una vez más de la mala fortuna que la acechaba, y de las tribulaciones de sus hermanas que por envidia la empujarían a conocer su rostro. Así mismo, le advirtió que no debería decirles tampoco nada sobre el hijo que ya gestaba en su vientre, pues si guardaba este secreto, el niño sería divino, pero si no lo hacía, sería mortal.
Psique al saberse embarazada, se llenó de gozo ante la idea de ser madre y disfrutaba de ello en los meses que llegaron después hasta que su vientre creció de manera abundante.
En ese momento, su esposo la advirtió de nuevo que sus hermanas estaban próximas a ejecutar la venganza que habían urdido y la instó a proteger a su casa y a su hijo de la caída de la fortuna que les estaba acechando.
Psique con sus llantos y sus dulces palabras convenció a su esposo de que si anteriormente había guardado su secreto ahora no habría de ser diferente y le pidió que mandase de nuevo al Cierzo a buscar a sus hermanas en honor del amor que le profesaba.
Accedió el esposo y vinieron de nuevo las hermanas, que curiosas comenzaron a llenarla de preguntas y Psique no queriendo faltar a la palabra dada a su esposo, respondió a sus preguntas diciéndoles que su esposo era un comerciante que ya peinaba canas. Las agasajó con deliciosas viandas, las llenó de joyas, y se fueron de nuevo para su casa.
No perdieron la ocasión entre ellas de criticar nuevamente a Psique, conviniendo en que era una mentirosa pues en la anterior ocasión les había dicho que su esposo era un mancebo que entonces apenas le apuntaban las barbas. Convinieron también que tal vez no conocía quien era su esposo y que pudiendo ser un Dios que la visitaba tal vez el hijo de su vientre pudiera ser también divino. Todo un despropósito. Optaron por ocultar nuevamente todo esto a sus padres, inflamadas de la envidia como estaban.
A la mañana siguiente volvieron de nuevo a visitarla, determinadas a hacerle creer que su esposo era una serpiente grande y venenosa y le recordaron el augurio de Apolo, acerca de que se casaría con una cruel bestia. Le relataron que los vecinos veían a un dragón en el valle, en las tardes cuando descendía a comer, y que sus agasajos hacia ella con exquisitas viandas y lujos varios no eran sino para engordarla tanto a ella como a su hijo no nato para luego comérselos cuando estuvieran bien gordos. Psique, ingenua y aterrada, no pone en duda la palabra de sus hermanas.
Las hermanas la convencen para que esconda en su alcoba una navaja y un candil, y cuando la serpiente se suba a la cama como acostumbra y se quede profundamente dormida, encienda el candil y con la navaja le aseste un buen mandoble en la cerviz para sesgarle la cabeza.
Las hermanas, sabedoras del mal consejo que la habían dado y para evitar que represalia alguna recayese en ellas, se fueron nuevamente a lomos del viento Cierzo.
Y así comenzó a padecer Psique
Psique, al llegar la noche y dormido ya profundamente su esposo, tomó la navaja y encendió el candil. Y alzando la navaja en alto para sesgar el cuello de la serpiente, cuando el candil lo iluminó se quedó prendada de la hermosura de su esposo, y horrorizada por la sombra que desplegaba de sí misma el candil, dejó caer la navaja al suelo, incapaz de esconderla e incapaz de dejar de admirar a su esposo. Notó que su arco y saetas estaban a los pies de la cama y quiso tomar una saeta y al testar la punta con el dedo para cerciorarse de que era tan afilada como se contaba, sucedió que se hirió con ella y se derramaron algunas gotas de sangre y así fue, como Psique cayo presa del amor por Cupido.
Comenzó a besarlo con pasión, pero con tan mala fortuna que una gota del aceite hirviendo del candil cayó sobre el hombro derecho de Cupido, que sobresaltado por la quemadura y comprobando que su secreto ya no era tal, salió huyendo volando. Psique se colgó de sus pies, sobrevolando el cielo hasta que se cayó al suelo. Cupido estaba tan enojado que no quiso socorrerla.
Más aún, le recordó que él mismo había desobedecido los mandatos de su madre y se había herido a sí mismo con una de sus saetas para tomarla por esposa. Ahora sus hermanas pagarían el precio y ella sufriría su ausencia, y se fue dejándola sola.
En su desesperación quiso lanzarse al río pero el río, honrando al dios del amor y sabiendo que ella era su esposa, la devolvió suavemente a la orilla posándola sobre las flores sin hacerle mal alguno.
Y rondaba por allí Pan, el dios de las montañas y la aconsejó que ablandase a Cupido con plegarias, con servicios y con halagos, pero que quitase de su mente la idea de darse muerte.
Psique sin mediar palabra, encaminó sus pasos a la casa de una de sus hermanas. Le contó lo acontecido y además le dijo que Cupido la había echado de casa, y que tomaría por esposa a su hermana dándole arras y dote.
La hermana, cegada por la envidia, se encaminó al risco y le pidió al viento que la llevase, más no era el Cierzo el que allí estaba sino otro que a esa hora soplaba. Y la hermana al lanzarse por el risco, quedó hecha pedazos siendo festín de las bestias que por allí campaban.
Repitió Psique la misma jugada con su otra hermana, y esta no tuvo mejor fin, terminando en el fondo del valle despedazada.
Echo esto, Psique se echó a los caminos en busca de su esposo Cupido, sin embargo, él, herido por el aceite del candil yacía enfermo en la cama de su madre.
Una gaviota que por allí volaba le fue a contar la noticia a Venus que se hallaba en el fondo del Océano bañándose y nadando.
Venus, al oír la historia y verificar que su hijo Cupido había desoído su mandado y ahora estaba doliente a causa de Psique, entró en cólera y corrió presta a la cámara donde se hallaba su hijo tendido y le reclamó vivamente por sus actos.
Tal era el tamaño de su enojo y reclamos que los mismísimos dioses Ceres y Juno acudieron a acompañarla y a preguntarle el motivo de semejante malestar, aunque a decir verdad, sabedoras eran a ciencia cierta, de la historia acontecida.
De esta forma, trataron de amansar, sin lograrlo, la furia de Venus, que tomando sus palabras como una ofensa a sus oídos las dejó con la palabra en la boca volviendo furiosa al mar de donde había salido.
Entre tanto, Psique continuaba su caminar por el mundo en busca de su esposo, y sus pasos le llevaron al templo de Ceres y al verlo tan desordenado, pues por el suelo habían hoces, cebada, espigas de trigo por doquier etc, a pesar de su cansancio se puso a ordenarlo.
En esto que llega Ceres y al verla en esta guisa le reclama que cómo está tan tranquila tratando de servirla a ella cuando la mismísima diosa Venus estaba enfurecida buscándola para darle muerte.
Psique al oir esto se postró a sus pies llorando y suplicándole a la diosa Ceres que tuviese compasión por ella y la socorriese. Le pidió escondite, al menos hasta que repusiese fuerzas y la cruel ira de la diosa Venus se amansase.
Ceres, conmovida por sus lágrimas, pero temerosa por la venganza de Venus, le dijo que no podía acogerla, pero que podía irse porque no la apresaría ni la retendría.
Salió pues del templo de Ceres y retomó sus pasos por los caminos que la llevaron al templo de Juno para pedir su clemencia y protección.
Juno se excusó diciendo que no podía ir en contra de su nuera Venus que la amaba como si fuera su hija, a pesar de que, bien querría ella darle su favor.
Ante la desesperanza de no poder encontrar a su esposo, desesperada igualmente por su salud, y sintiendo que no podía hallar refugio y consuelo en ningún lado porque todas las puertas se le cerraban, decidió entregarse ella misma a la mismísima diosa Venus.
La venganza de Venus
Al tiempo, Venus que moraba en el mar, decidió mudarse al cielo y para ello tomó el carro que su esposo Vulcano había construido para ella como regalo de bodas. Una vez instalada en el palacio del dios Júpiter le pidió con gran osadía que ordenase al dios Mercurio que le ayudase con su voz a lo que Júpiter asintió.
Oyó Mercurio el mandado de la diosa Venus de pregonar por doquier que aquel que entregase a Psique en su presencia recibiría preciados premios. Llegó esto a oídos de Psique y se presentó llegando a las puertas de la diosa, pero fue recibida por una doncella de Venus, Costumbre, que al verla y reconocerla, la agarró por los pelos y la llevó a rastras ante su señora.
Venus, al verla comenzó a reír estrepitosamente, tal como ríen los que están presos de mucha ira, al tiempo que le decía que ya que había tenido la osadía de venir a verla, y si bien sabía que no lo hacía por ella sino por ver a su esposo, la recibiría como se merece una buena nuera.
Mandó llamar a sus criadas Costumbre y Tristeza y les ordenó que la azotasen.
Sufrió Psique los tormentos de los azotes y la llevaron nuevamente ante Venus, que rió nuevamente al verla pero al tiempo la amonestaba por el hijo que llevaba en su vientre, diciéndole que su boda no era legítima y que de su vientre saldría un hijo bastardo.
Arremetió contra ella su furia, rompiendo sus vestiduras, tirándole del pelo y dándole cabezazos. Luego tomó trigo, cebada, mijo, simientes de adormidera, garbanzos, lentejas y habas y todo ello lo mezcló y se lo entregó diciéndole que ella solo podría complacer a sus enamorados a través de sus muchos servicios y que ahora ella deseaba experimentar su diligencia. Le ordenó que debía entregarle todos los granos de las simientes separadas antes de la noche.
Psique sobrepasada por semejante mandado, y maldiciendo la crueldad de su suegra, anduvo por los campos y pidió ayuda a muchedumbres de hormigas para que la socorrieran en semejante petición. Se llegaron infinitas hormigas, cayendo unas sobre otras y grano a grano apartaron todo el montón, separados todos los granos entre sí y luego se fueron tal y como habían venido.
Llegada la noche, se apareció Venus, que venía de festejar unas bodas, llena de vino y cubierta de rosas y al ver semejante trabajo realizado exclamó que no era aquello obra de sus manos, sino las de aquel que ahora sufría por su causa. Dicho esto, le arrojó un pedazo de pan para que se alimentase y la mandó a dormir.
Al amanecer, Venus mandó llamar a Psique y le hizo el encargo de traerle la flor que estaba escondida en el vellocino de las ovejas de oro.
Psique tomó camino, más no con la intención de complacer a Venus sino con la de terminar con sus sufrimientos lanzándose al río desde uno de los riscos. Sin embargo, al llegar al río una caña verde, meneada por un dulce aire por inspiración divina, la increpó a que no ensuciase las santas aguas con su misérrima muerte, y le dio buenas instrucciones para recoger sin daño alguno aquello que buscaba, pero también cómo esconderse.
Sin embargo, Psique recogió el oro con la lana de aquellos montes y todo lo echó en el regazo de Venus, que incrédula, le dijo que no había sido obra suya sino que había tenido ayuda. Bien sabía Venus de la ferocidad de las ovejas que hombres habían matado ya.
Asi que no contenta Venus, la mandó a recoger un vaso lleno de agua de roció de la fuente de agua muy negra situada en lo alto de los riscos del montes en cuyo valle serpentean los arroyos infernales, y le dio un vaso de cristal y la amenazó con palabras muy ásperas si no cumplía su mandado.
Con grandes trabajos se llegó Psique al risco que talmente parecía que tocase el cielo, tan liso que no había por donde subir y sobre él la fuente de las aguas estigias y al fondo, en el valle, dragones con ojos muy abiertos velando.
Y fueron las mismas aguas quienes advirtieron a Psique que desistiera de su empeño o moriría y Psique al ver la grande dificultad que tenía se quedó en estado catatónico, presente en con su cuerpo pero ausente con sus sentidos.
Y acudió en su ayuda un águila real del mismísimo Júpiter que agradecida por un antiguo favor que Cupido le había hecho a Júpiter antaño quiso corresponder en ayuda a los muchos trabajos de Psique.
Pidió el vaso a Psique y volando rauda entre los dragones fue al agua y llenó el vaso, se lo entregó a Psique y la advirtió que se fuese antes que los dragones la matasen.
Le entregó Psique el agua a Venus y esta no contenta con ello, le entregó una bujeta para que almacenase en ella unas gotas de la hermosura de la mismísima Proserpina.
Psique, sintiendo que llegaba su fin, se llegó a una torre muy alta con la intención de lanzarse desde allá e ir derecha a los infiernos. Sin embargo, la torre le advirtió que si su alma se separaba de su cuerpo nunca más podría regresar. La envió a la ciudad de Lacedemonia y le dijo que buscase el monte Tenaro, lugar donde se hallaba una puerta del infierno. Una vez traspasado el umbral, debería ir por el margen derecho de los caminos que la llevarían al palacio de Plutón, mas en sus manos debería llevar una sopa de pan mojada en meloja y en su boca dos monedas. Le advirtió que debería pasar de largo cuando se encontrase por el camino con un asno cojo cargado de leña y guiado por un asnero también cojo. Al final del camino, estaría Carón, que le pediría una moneda para ayudarla a cruzar el rio pero debería ser él mismo quien la tomase de su boca. Le advirtió que no debería tener piedad del muerto podrido que andaba nadando sobre las aguas y le pediría refugio en su barca. Pasado el río se encontraría con unas tejedoras a las que también debería ignorar pues todas esas cosas y muchas otras eran acechanzas de la mismísima Venus.
Más adelante –le dijo- te encontrarás con un perro muy grande de tres cabezas que guardaba el oscuro palacio de Proserpina y guardando la casa vacía de Plutón. A él deberás lanzarle una sopa de tus manos y podrás pasar fácilmente. Ve donde Proserpina, que te recibirá alegre y te dará de comer muy bien, pero tú siéntate en el suelo y come del pan negro que te den y pide luego de parte de Venus aquello que has ido a buscar.
A la vuelta, amansa de nuevo a la fiera con la otra sopa y paga de nuevo al barquero con tu otra moneda. Y de ningún modo abras ni mires lo que hay en la bujeta ni quieras ver el tesoro escondido de la divina hermosura.
La celebración de las bodas
E hizo todo esto Psique, pero al volver, ya con las luces del día, le vino la curiosidad y quiso tomar un poco de la hermosura de Proserpina para ser más agradable a los ojos de su enamorado.
Abrió la bujeta, no había en ella hermosura alguna, tan solo un profundo e infernal sueño que cubrió a Psique cayendo desplomada al suelo, como fulminada por un rayo.
En esto, Cupido que ya estaba totalmente restablecido fue presto a socorrer a su mujer, y apartando de ella el sueño lo encerró de nuevo en la bujeta y tocándola con una de sus saetas la despertó, mas no sin amonestarla porque aún no aprendía de sus errores.
La llevó volando para que pudiera entregarle a Venus su pedido, sin embargo él, temiendo la severidad de su madre, se llegó ante Júpiter suplicándole su ayuda.
Júpiter lo amonestó severamente pues le había herido en múltiples ocasiones con las ausencias de respeto que se les debe a los padres, le había herido con sus continuos golpes de amor y exceso de lujuria terrenal y aun así, recordando que lo había criado con sus manos, accedería a ayudarlo con una condición: debería recompensarle con una doncella hermosa en la tierra.
Dicho esto, convocó a todos los dioses y ante ellos en consejo, legitimó la unión de Cupido y Psique, y a Venus le dijo que no temiese de su linaje ni de su matrimonio mortal pues él haría que esas bodas no fuesen desiguales.
Mandó a Mercurio traer a Psique ante él, y Júpiter invitó a Psique a que tomase del vino de los dioses pues con ello, se haría inmortal, de esa forma, Cupido nunca se apartaría de ella y las bodas durarían para siempre.
Se celebraron las bodas con un copioso banquete, tal como merece semejante ocasión y de esta forma fue, que Psique volvió de nuevo a los brazos de Cupido y estando Psique en tiempo de alumbrar, dio a luz una hija a la que llamaron Placer.
Referencias: Lucio Apuleyo. 1650. La metamorfosis o el asno de oro. Editorial del Cardo.

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