El vagabundo y el cocinero

El vagabundo y el cocinero

El vagabundo y el cocinero

Este es uno de los cuentos de
 Las mil y una noches

Cierto día un vagabundo se encontró sin nada. El mundo se le hizo estrecho, perdió la paciencia y se durmió. En esta situación siguió hasta que le quemó el sol y apareció la espuma en su boca. 

Se puso en pie, arruinado, sin tener ni un dirhem. Cruzó delante de la tienda de un cocinero que había colocado en ella cazuelas en las cuales brillaba la grasa y las especias despedían un aroma agradable. El cocinero estaba de pie detrás de todas aquellas cazuelas, limpiando las balanzas, lavando las fuentes, barriendo la tienda y regándola. 

El vagabundo se acercó, lo saludó, entró en la tienda y le dijo: “Pésame medio dirhem de carne, un cuarto de comida y otro cuarto de pan”. El cocinero así lo hizo y colocó la comida ante el vagabundo, quien comió todo lo que había en el plato y lo rebañó. Tras esto se quedó perplejo, sin saber lo que debía decir al cocinero sobre el importe de la comida.

Empezó a pasear sus ojos por todos los objetos de la tienda, a volverse de un lado para otro: vio que había un pote cabeza abajo. Lo levantó del suelo y encontró debajo una cola de caballo aún fresca, que aún goteaba sangre. Así se dio cuenta de que el cocinero mezclaba la carne de caballo con la otra. 

Al descubrir esta falta se alegró. Se lavó las manos, bajó la cabeza y salió. El cocinero, al ver que se marchaba sin pagar el importe de la comida, gritó: “¡Detente, ladrón, bandido!” El vagabundo se detuvo, se volvió hacia él y le dijo: “¿Eres tú quien me chilla y me increpa con semejantes palabras, demonio?” El cocinero se encolerizó, salió de la tienda y dijo: “¿Qué quieres decir con tus palabras, devorador de carne y de alimentos, de pan y de condimentos? ¿Cómo te vas tan tranquilo como si nada hubiese pasado, sin pagar lo que me corresponde?” “¡Mientes, bastardo!” El cocinero chilló, agarró por el cuello al vagabundo y gritó: “¡Musulmanes! ¡Este pícaro ha sido hoy mi primer cliente, ha comido mis guisos, pero no me ha dado nada!”

Las gentes se reunieron alrededor de los dos, censuraron al vagabundo y le dijeron: “¡Paga lo que has comido!” “¡Le he dado un dirhem antes de entrar en la tienda!” “Si él me ha dado algo, ¡haga Dios que todo lo que yo venda hoy sea ilícito! No me ha dado nada, ¡quia!; ha comido mis guisos, ha salido y se ha marchado sin pagarme.” “Te he dado un dirhem.” Insultó al cocinero y éste le replicó. El vagabundo se abalanzó sobre él, se cogieron, se agarraron y se pelearon. 

La gente, al verlos, se acercó y les dijo: “¿Qué significan estos golpes que os propináis? ¿Cuál es la causa?” El vagabundo explicó: “¡Sí, por Dios! ¡Tienen una causa, y la causa es la cola!” El cocinero dijo: “¡Cierto, por Dios! Ahora acabas de recordarme que me has dado un dirhem. Sí, por Dios, me has dado un dirhem. Vuelve a recoger el cambio de tu dirhem”. El cocinero había comprendido lo que quería decir al citar la cola.

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Benicio
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