El sabio y los comerciantes
Reflexión judía
Una vez, viajaba un gran barco en el mar en el cual habían muchos tripulantes. El barco partió hacia tierras lejanas, y las personas que habían en él llevaban diversos tipos de mercancías para poder venderlas allí. Uno tenía grandes rollos de telas, otro fina loza hecha de oro y plata, otro alfombras y almohadas y otro valiosas joyas.
Se juntaron los comerciantes y comenzaron a charlar, y cada uno mostró la mercadería que traía, jactándose que la suya era la mejor de todas, y que por ende sería el que más ganancias habría de obtener. Sin embargo, había en el barco una persona que no contó nada acerca de su mercadería, ni participó de aquella charla entre comerciantes. En su mano llevaba únicamente un libro, y lo leía sin prestar ninguna clase de atención a lo que sucedía a su alrededor. Al principio lo dejaron en paz, mas luego que transcurrió largo tiempo del viaje, y las personas se empezaron a aburrir, se dirigieron a él y le preguntaron acerca de la mercadería que él llevaba.
Aquel hombre no era un comerciante sino un sabio Rabino. Pensó un poco en qué es lo que debía de contestarles y entonces les dijo:
– Yo tengo una mercadería mucho mejor que la que tienen ustedes, pero la escondí en un lugar donde nunca la van a poder encontrar. – Inmediatamente le preguntaron
– ¿Por qué no nos la muestras como hicimos cada uno de nosotros? – Les contestó el sabio
– Ya llegará el tiempo en que verán la clase de mercadería que yo llevo.
Se dirigieron los comerciantes a buscar la mercadería de aquel sabio por todo el barco, mas no encontraron absolutamente nada. Se burlaron de él los comerciantes y le dijeron:
– En vano te vanaglorias de tu mercadería. Tu no tienes ninguna mercadería – Escuchó el sabio aquellas palabras y simplemente calló.
Sucedió un día, que unos piratas se adueñaron del barco robando todas las mercancías de aquellos comerciantes, dejándolos vivos únicamente con la ropa que llevaban puesta.
Al llegar el barco finalmente a su destino, aquellos ricos comerciantes no tenían ni siquiera dinero para comprar un trozo de pan. El sabio en cambio, se dirigió al Beit Hakneset1 del lugar, buscó un asiento y se dispuso a estudiar Torá. Vieron las personas del Beit Hakneset que había llegado un rabino de una tierra lejana y comenzaron a hacerle muchas preguntas. El contestó acertadamente a cada una de las preguntas, y ellos estaban sumamente contentos y regocijados con su presencia. Lo invitaron a sus casas para que comiera junto a ellos, le dieron varios regalos y le pidieron que se quedara con ellos para así transformarse en el Rabino de aquel lugar. Le prometieron que le darían una casa y que le supliría todas sus necesidades. Aceptó el Rabino aquella oferta, y con gran júbilo lo acompañaron felices a lo que sería su nueva casa, tal como si se tratase del mismísimo Rey en persona.
Los comerciantes que habían bajado del barco y que aún se encontraban mendigando en las calles de la ciudad, al ver a aquel sabio le dijeron:
– ¡Ayúdanos por favor! Tu sabes que éramos ricos comerciantes y que los piratas nos robaron todo. Cuéntales a las personas de la ciudad sobre nosotros para que al menos nos den un trozo de pan, pues estamos realmente sumamente muy hambrientos. – Se dirigió a ellos el sabio y les dijo:
– ¿Ven ustedes como mi mercancía es mejor que la de ustedes? La Torá que estudie es la mejor mercancía que existe en el mundo, y es en mi cabeza donde la escondí. Ningún pirata del mundo me la podría quitar y fue gracias a ella que estoy recibiendo el trato tan honroso que estas personas me están brindando. Mas no se pongan tristes por vuestra situación les dijo el sabio, pues yo pediré a los ciudadanos de este lugar que los ayuden para que también vuestra situación mejoré. – Solicitó el rabino a los integrantes de la comunidad para que los ayuden, y por el respeto que le tenían al nuevo Rabino, inmediatamente así lo hicieron. Les dieron ropa y comida, y también dinero para que puedan regresar a sus casas.
De esto aprendemos que el conocimiento de la Torá, así como cualquier conocimiento, es más precioso que las perlas, y que es la única y verdadera riqueza que acompaña al individuo, la cual jamás nadie se la podrá robar.

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