El maestro analfabeto

El maestro analfabeto

El maestro analfabeto

Este es un cuento de
Las muy y una Noches

Se refiere que había un hombre que no sabía leer ni escribir pero que se las ingeniaba para enredar a la gente y tener de qué comer. Cierto día le pasó por la cabeza abrir una escuela y enseñar en ella a leer a los niños. Reunió pizarras y modelos de escritura, y los colgó de un lugar aumentando el volumen de su turbante. Se sentó en la puerta del local y la gente, al pasar y verle con su gran turbante, con las pizarras y los modelos de caligrafía creía que era un excelente alfaquí y le llevaba a sus hijos. El pícaro decía a uno: «Escribe» a otro: «Lee» y los estudiantes se daban clase unos a otros. 

Cierto día, mientras estaba sentado en la puerta de la escuela según tenía por costumbre, apareció una mujer que venía desde lejos llevando en la mano un escrito. El pícaro se dijo: «No cabe duda de que esta mujer se acerca a mí para que le lea la carta que trae. ¿Qué he de hacer con ella si yo no sé leer lo que está escrito?» Pensó en esfumarse, huyendo, pero la visitante le alcanzó antes de que pudiera desaparecer. Le preguntó: 

– ¿Adónde vas?

– Voy a rezar la oración del mediodía. Vuelvo en seguida.

– ¡Falta aún mucho para el mediodía! ¡Léeme esta carta! – La cogió del revés, poniéndolo de abajo arriba y empezó a mirarla: unas veces sacudía el turbante, otras arqueaba las cejas o aparentaba enfadarse. El esposo de aquella mujer estaba ausente y la carta era suya. Ésta al ver los gestos del maestro se dijo: «No cabe duda de que mi esposo ha muerto y de que este alfaquí no se atreve a decirme “Ha muerto”» . Le preguntó: 

– ¡Señor mío! ¡Si es que ha muerto, dímelo! – El pícaro sacudió la cabeza y calló. La mujer siguió: – ¿Tengo que desgarrar mis vestidos?

– ¡Desgarra!

– ¿Tengo que abofetearme en la cara?

– ¡Abofetéate! – La mujer recogió la carta, regresó a su domicilio y empezó a llorar en compañía de sus hijos. Algunos vecinos oyeron el llanto y preguntaron qué le ocurría. Se les contestó: «Ha recibido una carta anunciando la muerte de su esposo» . Un hombre dijo: «Estas palabras son falsas ya que aquél me escribió ayer diciéndome que estaba bien de salud y que regresaría dentro de diez días». Este hombre corrió al momento junto a la mujer y le dijo: 

– ¿Dónde tienes la carta que has recibido? – La cogió y la leyó. Decía: «Me encuentro perfectamente de salud y regresaré dentro de diez días. Os he enviado una cobertura y un brasero». La mujer cogió la carta y volvió a ver al alfaquí. Le dijo:

– ¿Qué te ha movido a hacer conmigo tal cosa? – y le explicó lo que le había leído el vecino acerca de la buena salud de su esposo y de que éste había enviado una cobertura y un brasero. Le replicó: 

– Dices la verdad, perdóname, buena mujer. En aquel momento yo estaba de mal humor y preocupado al ver que el brasero venía envuelto en la cobertura creí que había muerto y había sido envuelto en el sudario. La mujer no comprendió la treta y dijo: 

– ¡Tienes disculpa! – Cogió la carta y se marchó contenta a dar la buena nueva a sus hijos.

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Benicio
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