Ciento ochenta y dos besos

Ciento ochenta y dos besos

Ciento ochenta y dos besos

Mi queridísima Gertrude:

Te sentirás apenada, y sorprendida, y desconcertada, de oír la extraña enfermedad que me aqueja desde que te fuiste. Llamé al doctor y le dije “Deme medicina, pues estoy cansado”. Él me respondió: “¡Tonterías! Usted no quiere medicina: ¡vaya a la cama!”. A lo que le repliqué: “No, no es el tipo de cansancio que quiere cama. Estoy cansado en la cara”.

Él me dijo: “Cree que sean los labios”. “Por supuesto –dije–. ¡Eso es exactamente lo que tengo!”. Me miró con gravedad y dijo: “Creo que usted ha estado dando demasiados besos. “Bueno –dije–, sí le di un beso a una amiga mía”.

“Piense otra vez –me dijo–; ¿está seguro que fue solo uno?”. Lo pensé otra vez y dije: “Tal vez fueron once”.  Así que el doctor dijo: “No le debe dar más hasta que sus labios descansen”. “Pero qué se supone que haga –dije–, porque mire, le debo 182 más”. Me miró con tanta gravedad que las lágrimas se le escurrieron por las mejillas y dijo: “Podría enviarlos en una caja”.

Entonces me acordé de una pequeña caja que alguna vez compré en Dover, y pensé regalársela a una niña o a otra. Así que los empaqué todos con mucho cuidado. Cuéntame si llegan a salvo o si se pierde alguno en el camino.

Carta de 

Lewis Carroll

Únete a nuestro canal en Telegram y no te pierdas nada

Benicio
Últimas entradas de Benicio (ver todo)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *