Un día… Me sorprendió en la terraza

Un día… Me sorprendió en la terraza

Un día… Me sorprendió en la terraza

Ese día, mi jornada de trabajo se volvió algo complicada. Ella estaba en mí, evidenciándose cada vez más. Apenas podía esperar para encontrarme de vuelta con el calor de su piel. Apenas podía dejar de ansiar estar en sus brazos. Pensé en ella todo el tiempo, y en cuanto pude regresé a casa.

Ella no había llegado aún. Dí vueltas por la casa esperando que llegara… Cuando ella no está en casa, todo parece tan enorme, tan vacío… Caminé en silencio, de un lado a otro. Cada segundo que ella demoraba me resultaba eterno. Salí a la terraza, respiré profundamente y dejé que mi vista se perdiera en el horizonte.

El ruido de las olas del mar moviéndose contra las rocas, el aire agitando las hojas en nuestro bosque, los pájaros, los grillos. Dios! Sé que esto es un paraíso… Sin embargo, en ese momento el único sonido que quería escuchar (que necesitaba escuchar) era su respiración cerca de mi oído. La brisa fresca del mar me acariciaba, pero yo sólo ansiaba la caricia de sus manos en mi piel.

Perdido en mis sensaciones, en mis divagues, en mi deseo, mi piel se estremeció de pies a cabeza cuando sus manos comenzaron a deslizarse por mi espalda. Ella acababa de llegar y yo, tan absorto en mis pensamientos, no lo había notado. Esa mujer detrás de mí, rodeándome con sus brazos, apoyada contra mi espalda, me había devuelto la vida. Me apretó con fuerza, acercándome a su cuerpo y sus formas se calcaron en mi piel, mientras sus manos recorrían mi cintura, mi abdomen, mi pecho, mi cuello, mis hombros.

Dios! Me posee de una manera tan absoluta!

Balbuceo torpemente lo mucho que la extrañaba y lo mucho que la pensaba, pero ni falta hacía, porque todo mi cuerpo reaccionaba ante el paso de sus manos, dejándole bien en claro las ganas que tenía de ella.

Las yemas de sus dedos se colaron bajo mi camisa, subiendo la tela lentamente descubriendo mi espalda y entonces la humedeció con su boca, sus uñas rozaban mi piel, erizada de punta a punta. Luego sus dedos se colaron bajo mi pantalón, desabrochó mi cinturón y el botón del jean con una delicadeza y una lentitud desesperante.

Algún día acabará volviéndome loco!

Sus manos se colaron muy despacio bajo el boxer, mis piernas se aflojaron, me recargué contra la baranda, apretaba mis manos cerrándolas con fuerza sobre la madera, mientras sus manos, con suma delicadeza me recorrían íntimamente. Mi respiración se volvió más ruidosa, menos sutil. Es que ella me quita el aliento. Mi cuerpo se movía buscándola, creciendo entre sus manos, apenas podía contenerme. Tenía tantas ganas de ella.

Me tiene en sus manos y adoro que lo haga.

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Benicio
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