Un día… Ella pidió tiempo

Un día… Ella pidió tiempo

Un día… Ella pidió tiempo

Fue después de un comportamiento infantil de mi parte, movido por un arranque de celos absolutamente infundados e irracionales. Ella tenía razón. La sentencia fue: “Por varios días, sólo conversaremos y no iremos más allá de los besos y las caricias”. Y sí, en ese momento me pareció un pedido tan exagerado, que para mí fue una sentencia.

Sí, está bien. Lo reconozco. A veces me comporto como un cavernícola, sin medir mis palabras ni mis acciones. Pero “varios días” de sólo conversar, durmiendo a su lado, fue realmente una tortura.

Hice mi mejor esfuerzo, respeté su voluntad. Pero de alguna manera tenía que hacerle saber cómo me sentía. Algunas veces solo con acercarse a mí, ella lo notaba. Otras veces, le dejaba notas antes de ir a trabajar, o le enviaba un mensaje:

“Dice una conocida canción:

“Quiero en tus manos abiertas buscar mi camino
Y que te sientas mujer solamente conmigo
Hoy tengo ganas de ti, hoy tengo ganas de ti
Quiero apagar en tus labios la sed de mi alma
Y descubrir el amor juntos cada mañana
Hoy tengo ganas de ti, hoy tengo ganas de ti”

Y no sabes, amor, cómo me identifican esas líneas.

Yo realmente estaba sufriendo. Por alguna razón el contacto con su piel, con su cuerpo es algo que de verdad me hacía falta. Esa noche, luego de mucho insistir, aceptó que nos bañemos juntos. Sentir su piel tibia en la bañera, fue tan bello. Después, la llevé en mis brazos a la cama, la acosté y me acosté a su lado. Pegué mi cuerpo al suyo y la abracé con todo mi amor. Llené de besos su hombro y su cuello. Llené de “te amo” susurrados sus oídos y dejé que su esencia invadiera por completo mis sentidos.

La amo tanto… tanto. Sé que sería capaz de hacer cualquier cosa por ella… Acaricié suavemente su cintura y sus caderas, hasta que finalmente se quedó dormida. Entonces cerré mis ojos e intenté dormir en paz a su lado.
Al otro día, poco antes del amanecer, desperté como siempre antes de que ella comience su día y me descubrí en sus brazos. Cerré mis ojos nuevamente para disfrutar de nuestros cuerpos desnudos unidos en un abrazo.

Cuando sonó la alarma, luego de apagarla ella se inclinó para darme ese beso suave que me da cada mañana, yo la sostuve unos instantes sobre mi para que recuerde que nunca es suficiente. Que siempre sabe a poco. Ella me miraba sorprendida, con una sonrisa le dije “¡Qué arte tienen tus besos para enloquecerme!”, mientras ella sentía en su cuerpo la presión del significado de mis palabras. Acarició mi rostro y no dijo nada. “Ya lo sé amor… Aún no han pasado varios días” dije. Ella besó mis labios y me dijo que me amaba.

Salió de la alcoba y comenzó su jornada.
Yo me quedé en la cama.
Llevé mi mano a la cabeza. Prometiéndome a mí mismo, no… mejor dicho, exigiéndome a mí mismo no volver a hacer algo tan estúpido. No creo que pueda soportar esta tortura una vez más.




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Benicio
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