Un día… dejó de hacer frío
Ya no se usaban suéteres, ni pantalones, ni abrigos, ni mantas. Esa mujer solo llevaba una remera grande, suelta, larga, de una tela tan fina que casi la adivinaba, y debajo tan solo la ropa interior.
La vi salir del baño y caminar hacia su estudio con una taza de café y vistiendo esa camiseta amplia, mi mente voló y mi cuerpo respondió al instante. Ella estaba trabajando. Tenía que terminar algunos escritos de no sé… Dios! me lo dijo, pero para ese instante ya ni lo recordaba. Mi cabeza solo quería explorar bajo esa remera todo aquello que me ocultaba y que yo me sabía de memoria.
Yo me quedé dando vueltas en la sala; puse una serie, puse una película, algo de música… estaba tan inquieto. Finalmente, y ya absolutamente decidido, caminé hacia el estudio, me acerqué a ella muy lentamente, pero como estaba trabajando tenía puestos sus auriculares y solo sintió mi presencia cuando mi mano se apoyó en el respaldo de su silla.
Me miró y me sonrío, yo giré la silla muy despacio y me coloqué entre sus piernas, me incliné hacia su rostro, lo tomé con ambas manos, deslice mi pulgar sobre sus labios y la besé con dulzura. Tenía tantas ganas, que sentía que mi pecho iba a explotar. Todo en mi me impulsaba hacia esa mujer. Me acuclillé entre sus muslos… mi lugar favorito. Apoyé mis rodillas en el piso y mis manos en sus muslos y las deslizo en un ir venir lento, y ejerciendo un poco de presión, ella sonreía y me miraba.
Mis labios se apoyaron en su pierna y sus manos en mi cabello, me acariciaba con sus manos suaves mientras yo besaba su piel, acercándome a su cuerpo y a esa camiseta enorme que vestía.
Mis manos se colaron bajo la tela, y ya en su cadera, percibían la tibieza de su piel. Me incliné hacia ella, y besé su panza por encima de la tela. Una tela suave, fina, que calcaba sus formas y los efectos de mi cercanía.
Me volvía loco solo observándola.
Desplacé mis manos por sus costados, arrastrando la remera, y descubriéndola para mi. Acerqué mi boca a su piel. Y la besé, la presión de sus manos entre mi cabello se intensificó.
Entreabrí mis labios y dejé que la punta de mi lengua caminara por la orilla de su ombligo. Sus sonidos, sus movimientos, me estaban embriagando de tal manera que apenas podía controlarme. Pero definitivamente adoro tanto provocarla de esta forma. Sus reacciones me cautivan, se apoderan de mi… Toda ella es mi dueña.
Amo percibir como el roce de mis manos en su piel aumenta su temperatura… mientras mi cuerpo arde consumiéndome. Mis dedos se colaban bajo el encaje suave de su ropa interior, y apretaban su carne.
Mis labios, mi lengua, mis dientes… toda mi boca devoraba su vientre, caliente, suave, ansioso…
Dejó de hacer frío. Ella, con esa enorme remera, estaba trabajando… ya no recuerdo en qué… pero cuando su ropa interior, enredada entre mis dedos, abandonó sus piernas, creo que hasta ella olvidó lo que estaba haciendo.
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