Tu piel olía a flores
No puedo ver flores amarillas sin pensarte, pero las flores del cerezo desbordan mis sentidos, me llenan de ti, de nosotros… no lo puedo evitar.
Entre finales de julio y principios de agosto florecen los cerezos en esta parte del mundo. Sus ramas se llenan de pequeñas florecitas en variados tonos de rosa. Su fragancia de un suave dulzor, se cuela en los sentidos brindando una sensación de comodidad, placer, paz.
Su pétalos son pequeños suspiros, tan suaves que casi ni se perciben al tacto, aunque si lo pienso mejor, tal vez mi mano callosa, curtida, no posee la sensibilidad necesaria para ello. No obstante, no puedo dejar de pensar en cómo lo percibiría tu piel.
Esa tarde corté una pequeña rama, llena de flores y no pude evitar sonreír al verla en mi mano. Y es que mi mente se disparó enseguida hacia nuestra habitación, nuestra cama, tu cuerpo, tu piel. Y entonces, la imagen de esos suaves pétalos, imperceptibles al tacto, deslizándose muy lentamente por tu rostro, tu cuello, tus hombros, tus brazos, tu pecho, perdiéndose en tu vientre, y entre tus muslos, se instaló en mi mente.
La repasé tantas veces. Incluso tus gestos. Porque estoy seguro que cuando esas florecillas se desplacen recorriendo tus mejillas, tus párpados, tus labios, podrás sentirlas como una caricia extremadamente suave. Esos suaves pétalos revoloteando alrededor de tus pezones, despacito… lentamente… Me pregunto si la caricia estremecería tu piel.
¡Dios!… estoy convencido de que sí, porque de solo imaginarlo me estremezco de pies a cabeza. Imagino las pequeñas flores cediendo algún qué otro pétalo en el camino mientras van deslizándose entre tus pechos, por tu abdomen hacia tu ombligo, girando dentro y alrededor.
¡Vaya! Otro pétalo quedó en el camino, o -mejor dicho- varios, antes de llegar a tu vientre caliente, tembloroso, vibrante. La pequeña rama en mi mano, se desliza suavemente por tu pubis rozando tus ingles y en la cara interna de tus muslos. Es tan suave. Tan pequeña, tan delicada.
¿Puedes sentirlas verdad? Claro que sí. Esas flores son como tu piel. Tu sensibilidad incluso hará que sientas cada pétalo, cada pistilo, y hasta el calor de mi piel que aumenta tan solo mirándote cautiva de una pequeña rama de cerezo.
Pero lo más intenso, es que si me inclino hacia ti recorriendo tu cuerpo con mis labios puedo percibir el aroma que las flores han dejado sobre tu piel, embriagándome… enloqueciéndome. Porque amor, tu vientre huele a cerezo, pero sabe a ti. Tu pezón huele a cerezo pero sabe a ti. Tu cuello huele a cerezo pero sabe a ti… Tu boca huele a cerezo, pero me sabe a tus besos.
Y sí, el perfume de las flores ha quedado impregnado en cada parte de ti por la que han pasado. De la misma manera en que tú estás impregnada en cada parte de mi por la que has pasado.

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