Sueño
Este es uno de los cuentos de
Las mil y una noches
Esta es la historia de un hombre al que gustaban las mujeres; gastó en ellas su dinero hasta quedarse pobre, sin tener nada; el mundo se le hizo pequeño y empezó a recorrer los zocos en busca de algo con que alimentarse. Cierto día, mientras deambulaba así, un clavo lo hirió en un dedo: la sangre empezó a brotar. Se sentó, secó la sangre y vendó el dedo. Nuevamente en pie, se fue gimiendo hasta llegar al baño; entró en él y se desnudó. Una vez dentro vio que estaba completamente limpio. Se sentó en la piscina y no paró de echar agua por encima de la cabeza hasta que se cansó.
Después fue a buscar la alberca de agua fría, y no encontrando a nadie, se instaló en ella, cogió un pedazo de hachís y lo tragó. Le subió en seguida al cerebro y cayó desvanecido encima del mármol. El hachís le hizo creer que un gran personaje le hacía el masaje, mientras dos esclavos se mantenían de pie junto a su cabeza.
Uno de ellos tenía en la mano un tazón y el otro los instrumentos propios del bañador y todo lo necesario para el mismo. Al verlo se dijo: “Parece que éstos se equivocan conmigo o bien tienen mi mismo vicio, son comedores de hachís”.
Extendió sus pies y creyó oír que el bañador le decía: “¡Señor mío! Se aproxima el momento de tu salida: hoy toca servirte”. Se puso a reír y dijo: “¡Eres maravilloso, hachís!” Se sentó y quedó callado.
El bañador se le acercó, lo tomó por la mano, le puso un cinturón de seda negra y se marcharon, seguidos de los dos esclavos con las tazas y los demás útiles. No se detuvieron hasta entrar en una habitación solitaria, a la que perfumaron. Estaba llena de toda clase de flores y perfumes. Abrieron un melón, le hicieron sentarse en una butaca de ébano y el bañador siguió lavándolo mientras los dos esclavos lo rociaban de agua. Después lo friccionaron bien y le dijeron: “¡Señor nuestro! ¡Ojalá seas siempre feliz!” Se marcharon y cerraron la puerta. Cuando imaginó todo esto, se puso de pie, se quitó el cinturón y se echó a reír hasta caer desmayado. Siguió riendo un rato y después se dijo: “¿Qué ocurrirá para que me hablen como si fuese un visir y me den el tratamiento de ‘Señor nuestro’? Tal vez ellos se hayan confundido un momento, pero pronto me reconocerán y dirán que soy un necio y me molerán a pescozones”.
A continuación se bañó y abrió la puerta: creyó ver que un joven mameluco y un eunuco se le presentaban. El mameluco llevaba un paquete. Lo abrió y sacó tres toallas de seda. Le echó una a la cabeza, otra a los hombros y le ciñó con la tercera la cintura. El eunuco le calzó unas sandalias; en seguida se acercaron mamelucos y eunucos y le ayudaron. A todo esto él no hacía más que reír. Salió y se dirigió al salón: encontró un gran lecho que era propio de un rey.
Los criados corrieron a servirle, le hicieron sentar en el lecho y empezaron a darle masaje hasta que se quedó dormido. En sueños vio a una jovencita descansando en su regazo. La besó, la colocó entre sus dos piernas y se situó de la manera que el hombre adopta con la mujer. Cogió el miembro con la mano, atrajo hacia sí a la muchacha y la estrujó debajo.
En este momento una voz dijo: “¡Despierta, necio! ¡Es mediodía y aún duermes!” Abrió los ojos y se vio junto al recipiente de agua fría; a su alrededor había una multitud que se reía, mientras su miembro se mantenía erguido y la toalla de la cintura se había abierto por la mitad. Se dio cuenta de que todo había sido un sueño confuso o visiones producidas por el opio. Se quedó triste, miró hacia el que lo había despertado y dijo: “¡Esperaba meterlo!” La gente le dijo: “¿No te avergüenzas, comedor de hachís, de dormir teniendo tu miembro erecto?” Le dieron pescozones hasta que la nuca se le enrojeció. Estaba hambriento, pero había gustado en el sueño de la comida de la felicidad”.
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