Sobre hijos y padres: cuando cae la venda de los ojos 

<strong>Sobre hijos y padres: cuando cae la venda de los ojos</strong> 

Sobre hijos y padres: cuando cae la venda de los ojos 

Con los ojos vendados

Los indios Cherokee tienen un ritual muy especial a través del cual los niños pasan a ser adultos. Cuando el niño empieza su adolescencia, su padre lo lleva al bosque, le venda los ojos y se va, dejándolo solo.

El joven tiene la obligación de sentarse en un tronco toda la noche y no puede quitarse la venda de los ojos hasta que los rayos del sol brillan de nuevo al amanecer.

Él no puede pedir auxilio a nadie. Pero una vez que sobrevive esa noche, ya es un hombre. Esta es una experiencia personal y el joven tiene prohibido comentar o hablar de su vivencia con los demás chicos.

Durante la noche, como es natural, el joven está aterrorizado. Él puede oír toda clase de ruidos: bestias salvajes que rondan a su alrededor, lobos que aúllan… o quizás, hasta algún humano que puede hacerle daño.

Escucha el viento soplar y la hierba crujir, pero debe permanecer sentado estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda, ya que esta es la única manera en que puede llegar a ser un hombre ante los ancianos de su tribu.

Finalmente, después de esa horrible noche, aparece el sol y el niño se quita la venda… es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre no se ha separado de su lado ni siquiera un instante, velando durante la noche en silencio, listo para proteger a su hijo de cualquier peligro sin que él se dé cuenta.

Algunos estudiosos de la sociedad sostienen que en casi todas las comunidades, ya sea las más civilizadas, o las menos civilizadas, siempre hay una especie de ritual de pasaje de la niñez a la adultez y qué se produce en la adolescencia.

Para algunas culturas celebrar el cumpleaños de 15, o los “dulces 16”  en las niñas, el de 18 en los varones. Viajes de egresados, graduaciones son algunos de los rituales que se suelen atravesar y que implican un cambio en el rol que se tiene en la sociedad.

Esta breve historia con la que comenzamos este artículo nos habla de un ritual de pasaje del niño al adulto, pero el punto más importante que quisiera resaltar es el momento en el que se quita la venda de sus ojos.

Con frecuencia, a lo largo de la niñez, pero más que nada durante la adolescencia, vamos creciendo junto a nuestros padres, y la mayoría de las veces, nuestra tendencia es a ver todos sus defectos, todas esas cosas que hacen, que dicen y que a nosotros nos molestan tanto.

Renegamos de ellos, nos alejamos, los empujamos cada vez más fuera de nuestra vida, de nuestros intereses, de nuestros amigos, de todas aquellas cosas que amamos hacer, que nos encantan, que disfrutamos… muchas de las cuales a ellos realmente les disgustan.

Nos enojamos cuando se meten con nuestros amigos, cuando opinan respecto a ellos, cuando nos hablan mal de ellos, porque no nos entienden, porque no quieren entender. Porque pareciera que lo único que quieren hacer es complicarnos la vida, molestarnos. Sentimos, con toda seguridad, que ellos no entienden nada. Y por alguna extraña razón se nos ocurre que “el padre de mi amigo es mejor que el mío” o “La madre de mi amiga no está loca como la mía

Pero entonces, pasado un tiempo, cuando ya atravesamos esas etapas que nos van convirtiendo en los adultos que seremos, poco a poco nos vamos dando cuenta que algunas de las cosas que nuestros padres nos decían no eran solo para molestarnos. De pronto vemos en la tele que algún chico o chica se ha perdido y ha aparecido su cuerpo sin vida, y recordamos cuando nuestros padres nos decían que podía pasar eso y a nosotros nos parecía una exageración, un pretexto para no darnos permiso de salir.

De pronto ese amigo que nuestros padres siempre detestaron, del que querían que nos alejáramos, ese que siempre parecía ser el peor de todos, la oveja negra del grupo, resulta que termina encarcelado por un delito o peor aún nos enteramos qué murió en una balacera con la policía.

Pero aún con todas estas cosas que vamos atravesando, podría asegurar que el momento en el que se nos cae la venda de los ojos y vemos a nuestro padre sentado a nuestro lado, protegiéndonos toda la noche, velando por nosotros, ese momento en el que caemos en la cuenta que siempre han estado ahí, aún si no lo veíamos, ese preciso instante ocurre cuando nuestro propio hijo está en nuestros brazos por primera vez y al mirarlo tenemos la plena seguridad de que estaremos a su lado protegiéndolo, acompañándolo, pase lo que pase, y diga lo que diga, siempre velando por él a lo largo de toda su vida.

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Benicio
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