¿Por qué todos se aprovechan de mi?
Sobre la responsabilidad
Entre amigos, familia, compañeros de trabajo, no es extraño que alguien se pregunte: “¿Por qué todos se aprovechan de mi?”, “¿Por qué siempre me tocan las peores personas?”. O también encontrar expresiones como: “¡Todo me pasa a mi!” o “¡Siempre la misma historia…!”.
Y con justa razón. Porque la más cruel verdad es que tenemos cierta tendencia a repetir los errores. En ocasiones se trata más de torpeza o distracción; pero con más frecuencia de la que desearíamos aceptar, se trata pura y exclusivamente de nuestras decisiones.
Claro que uno no desea entablar una relación con una persona infiel, que terminará rompiéndonos el corazón. Pero aún así, vemos que nos pasa lo mismo una y otra vez. Y comenzamos a desconfiar de todo el mundo, porque al final parece que son todos iguales. Pero no, no es que todos son iguales, lo que sucede es que nosotros escogemos siempre a personas con las mismas características. Porque por alguna razón que no sabemos, que no conocemos, que no podemos entender, resulta que siempre terminamos sintiéndonos atraídos por esa persona que nos va a lastimar. Y esto no significa que no somos capaces de ver con anticipación que nos van a lastimar, lo que significa es que podemos ver que nos van a lastimar y aún así seguimos adelante.
Este tipo de tendencias, patrones, que repetimos a lo largo de nuestra vida por lo general tienen un arraigo en situaciones vividas durante nuestra niñez, en nuestros primeros traumas infantiles, en la forma en que hemos ido creciendo y en la forma en que nos hemos vinculado con nuestros primeros afectos. Por esta razón cuándo nos preguntamos ¿por qué siempre volvemos a cometer el mismo error? Sería bueno qué intentemos entender qué vínculo de nuestra niñez nos está llevando a repetir siempre la misma conducta.
Entonces, si la forma en que entablamos nuestras relaciones de adultos, se afianzan en nuestros primeros vínculos, y si, por ejemplo, nuestro padre ha sido un hombre que nos ha tratado con dureza, rigidez, distancia, violencia, indiferencia; es muy probable que cuando encontremos a una persona que reúna estas características y qué podamos asociar a la imagen de nuestro padre desarrollemos hacia esta persona un afecto paternal. De esta manera, es posible que tengamos expresiones como “sé que tiene mal carácter, pero lo quiero como a mi viejo” o “me trata mal, pero es como un padre para mí”. Y sí, es como un padre, porque nos trata (o destrata) de la misma manera en que lo hacía nuestro padre.
Para cortar con estos círculos viciosos es necesario primero que nada, saber qué es lo que queremos para nosotros. Y por supuesto, saber qué es lo que no queremos para nosotros. Una vez que tenemos claro esto, al entablar una relación vamos a tener que preguntarnos, “¿es esto lo que quiero para mi?”. Porque somos absolutamente responsables de nuestras decisiones. De nuestras elecciones, y de nuestros errores.
Sí, errar es humano y aprender de los errores parece que es un privilegio de algunos pocos. Principalmente cuando llegamos a esa instancia en que los errores se van repitiendo uno tras otro. Entonces, toca preguntarnos “¿qué tan responsable soy de esto?”. Cuando llegamos a este punto exacto en que nos cuestionamos nuestra responsabilidad en nuestros fracasos afectivos, estamos en condiciones de hallar el camino para la superación. A menudo se requerirá de la asistencia de un profesional que nos vaya guiando. También podemos emprender solos el camino de la reflexión y del reconocimiento. Sin perder de vista aquello que queremos para nosotros, y aquello que no queremos para nosotros.
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