La Reina Ibriza

La Reina Ibriza

La Reina Ibriza

Este es uno de los cuentos de
 Las mil y una noches

Sarkán entró en el palacio de la reina Ibriza. Ésta, cuando le vio ante sí, se puso de pie, le dio las gracias por lo que había hecho, deseó toda clase de venturas a él y a su padre y le hizo sentar a su lado. Cuando estuvo sentado se dio cuenta de que su rostro estaba demudado. Le preguntó por lo que le pasaba y por la causa de su cólera. 

– Temo que mi padre quiera desposarte, pues he visto en él claros indicios de su deseo por ti. ¿Qué opinas de todo esto?

– Sabe, Sarkán, que tu padre no tiene jurisdicción sobre mí, que no puede tomarme sin mi consentimiento y que antes de que me poseyese por la fuerza me daría muerte. – Ella lo tranquilizó diciéndole que nada tenía que temer y habló con él durante un rato. Después le dijo: – Me preocupa el pensar lo que ocurrirá cuando mi padre se entere de que estoy con vosotros y procure rescatarme… se armará una gran zipizape. Sarkán al oír estas palabras respondió: 

– ¡Señora! Si tú te encuentras bien entre nosotros, no te preocupes por ellos 

– Todo lo que ocurra será para bien. Si me tratáis bien me quedaré entre vosotros; si os portáis mal, me iré.

A continuación mandó a las sirvientas que les llevasen algo de comer. Acercaron la mesa, Sarkán comió muy poco y en seguida se fue a su casa, apesadumbrado y afligido. Esto es lo que se refiere a Sarkán.

He aquí lo que hace referencia a su padre, Umar al-Numán y la reina Ibriza: El rey se enamoró de ella y pasaba día y noche pensando en ella. Cada noche iba a verla y hablaba con ella; le hacía alusiones al matrimonio, pero o no le contestaba o le decía: 

– ¡Rey del tiempo! Por ahora no deseo tener marido. 

Al oír esta repulsa su pasión aumentó aún más y el amor y el desvarío fueron en incremento. Cuando ya no pudo resistir mandó llamar al visir Dandán y le explicó que su corazón estaba loco de amor por la reina Ibriza, hija del rey Hardub. Le dijo que ella no cedía y que su pasión lo mataba sin llegar a conseguir nada.

El visir Dandán respondió al oír estas palabras: 

– Cuando sea de noche, toma una pastilla de un mizcal de narcótico y ve a verla. Bebe en su compañía un poco de vino. Cuando llegue el momento de acabar de beber y de conversar, preséntale una última copa, coloca en ella el narcótico y ofrécele de beber: ella no podrá ni llegar a su lecho, pues el narcótico hará su efecto y tú conseguirás tu deseo. Ésta es mi opinión – El rey dijo: 

– Me aconsejas bien. – Se dirigió a sus depósitos, sacó una pastilla de narcótico tan eficaz que, de haberla olido un elefante, hubiese quedado dormido de uno a otro año. La escondió en su bolsillo y esperó hasta que fue de noche.

Entró en el alcázar de la reina Ibriza y ésta, en cuanto lo vio, se puso de pie. Él le dio permiso para sentarse y, a su vez, se sentó a su lado y empezó a hablar con ella del vino. La joven acercó la mesa de las bebidas, colocó los vasos, encendió las velas y mandó que acercasen las tapas, las frutas y todo lo que era necesario. El rey empezó a beber y a hablar con ella hasta que el vino se subió a la cabeza de la reina Ibriza. En cuanto el rey Umar al-Numán lo notó, sacó la pastilla de narcótico que llevaba en el bolsillo, la colocó entre sus dedos, llenó una copa de vino y lo bebió; en seguida llenó otra copa y dejó caer en ella la pastilla de narcótico que tenía entre los dedos sin que la joven se diese cuenta. Le dijo:

– ¡Toma y bebe! – La reina Ibriza la cogió y la bebió. Apenas lo había ingerido cuando y a el

narcótico se había apoderado de ella y le hacía perder el conocimiento. El rey se dirigió hacia ella y la encontró tumbada sobre la espalda. Ella ya se había quitado las enaguas y el aire le había levantado la camisa. Cuando el rey llegó a su lado y la vio en esta situación, con una vela al lado de la cabeza y otra al de los pies que iluminaban lo que estaba entre los muslos, perdió por completo la razón, el demonio lo tentó y no pudiendo contenerse se quitó los zaragüelles, cayó sobre ella y le arrebató la virginidad; después se levantó, fue a buscar una de sus esclavas que se llamaba Marchana y le dijo: 

– Ve junto a tu señora y háblale.

La joven se acercó a su dueña, vio que la sangre corría por sus piernas y que estaba tumbada de espaldas. Cogió con la mano un paño y la limpió y le secó la sangre.

Al día siguiente la esclava Marchana se acercó a su señora y le lavó la cara, las manos y los pies. Después, llevó agua de rosas y le lavó la cara y la boca. Entonces la reina Ibriza tosió, vomitó el narcótico y sacó de su estómago un pedazo como si fuese una píldora. Lavó la boca y las manos y preguntó a Marchana: 

– Dime, ¿qué me ha ocurrido? – Le refirió que la había encontrado tendida sobre la espalda, con la sangre corriendo entre los muslos. Así se dio cuenta de que el rey Umar al-Numán la había poseído y se había unido a ella gracias a una estratagema. Experimentó por esto un gran dolor, se ocultó y dijo a sus esclavas: – No dejéis que nadie entre a verme; decid a quien pregunte por mí que estoy enferma; así veré lo que Dios hace conmigo.

  El rey Umar al-Numán se enteró de que la reina Ibriza estaba enferma y empezó a mandarle bebidas, azúcar y pomadas, y así siguió durante varios meses, durante los cuales la joven se mantuvo apartada mientras la pasión del rey se enfriaba, su ardor por ella se extinguía y dejaba de apetecerla. Ella había quedado encinta, de modo que cuando hubieron transcurrido los meses, apareció la preñez, le engordó el vientre y perdió el mundo de vista. Dijo a su esclava Marchana: 

– Sabe que los hombres no han sido injustos conmigo; he sido yo la injusta conmigo misma al abandonar a mi padre, a mi madre y a mi reino. Aborrezco la vida y nada me apetece ni tengo fuerzas para nada. Antes montaba a caballo y podía dominarlo y ahora ni tan siquiera puedo montar. Si doy a luz aquí quedaré avergonzada delante de las esclavas y todo el palacio sabrá que él me ha desflorado ilegalmente. Si vuelvo al lado de mi padre, ¿con qué cara me he de presentar? – Marchana le contestó: 

– A ti te toca decidir y a mí obedecer. 

– Quiero marcharme hoy en secreto, sin que nadie más que tú lo sepa, para reunirme con mi padre y con mi madre. Cuando ocurre una desgracia hay que recurrir a la familia. ¡Dios haga de mí lo que quiera!

– Haces bien, reina – contestó la esclava. Preparó sus cosas, ocultó su proyecto, y esperó algunos días hasta que el rey salió de caza y su hijo Sarkán se fue, durante algún tiempo, a las fortalezas. Ibriza dijo entonces a su esclava Marchana: 

– Saldremos esta noche, pero no sé cómo irá la cosa, ya que el tiempo del parto y del alumbramiento está próximo y, si me quedo aquí cuatro o cinco días más, daré a luz y no podré volver a mi país. Esto estaba escrito en mi frente y me había sido destinado. Meditó un poco y añadió dirigiéndose a Marchana: – Busca un hombre para que nos acompañe y nos ayude durante el camino, pues y a no tengo fuerzas para llevar las armas. – Marchana respondió: 

– ¡Señora! Sólo conozco a un esclavo negro que se llama Gadbán; es uno de los esclavos del rey Umar al-Numán; es valiente y está adscrito a nuestros servicios y además le hemos hecho muchos favores. Voy a buscarlo y a hablar con él de todo este asunto; le prometeré algo de dinero y le diré: “Si quieres quedarte a nuestro lado te casaré con quien quieras”. Unos días atrás me ha referido que era bandido; si él acepta nuestra proposición, conseguiremos nuestro deseo y llegaremos a nuestro país – La reina contestó: 

– Traédmelo para que y o pueda hablar con él. – Marchana fue a buscarlo y le dijo: 

– ¡Gadbán! Dios te hará feliz si acoges bien las palabras que mi señora va a dirigirte. – Lo cogió por la mano y lo condujo ante ésta. Cuando la vio besó el suelo delante de ella; Ibriza sintió repugnancia al contemplarlo, pero diciéndose que la necesidad tiene sus ley es se acercó a él para hablarle a pesar de la repugnancia que le causaba. Dijo: 

– Gadbán, ¿nos ayudarás contra las adversidades del tiempo y si te explico mi secreto sabrás guardarlo? – El esclavo, que al ver su belleza había quedado prendado en el acto, le contestó: 

– No me apartaré de lo que me mandes. 

– Quiero que ahora mismo nos tomes a mí y a esta esclava mía y nos prepares dos sillas y dos caballos del rey ; que coloques en cada uno de ellos un saco de dinero y algunas provisiones y que nos acompañes a nuestra país. Si quieres quedarte con nosotras te casaré con aquella de mis esclavas que elijas; si prefieres regresar a tu patria te daré lo que quieras y volverás a tu país después de haber tomado riquezas suficientes. – Gadbán, al oír estas palabras, se alegró enormemente y dijo: 

– De muy buena gana os serviré a las dos y os acompañaré; voy a preparar los caballos.

Se marchó muy alegre diciéndose que conseguiría lo que de ellas quisiese y que si no le atendían las mataría y les robaría todo el dinero que llevasen. Guardó para sí estos pensamientos, se marchó y regresó con dos sillas y tres caballos; él iba montado en uno; se acercó a la reina Ibriza y le presentó un caballo; ésta montó sufriendo grandes dolores, sin poder disimularlos dado lo avanzado de la gestación. Marchana montó en el otro y él se puso en camino al lado de ellas dos, y así marcharon, día y noche, hasta llegar a las montañas que estaban a una jornada del país de la reina. Aquí la sorprendió el parto y ya no pudo mantenerse sobre el caballo. Dijo a Gadbán: 

– Bájame, pues voy a dar a luz — y añadió dirigiéndose a Marchana—: Apéate, colócate debajo de mí y hazme dar a luz.

Marchana se apeó de su caballo; el negro descabalgó, sujetó por las riendas a los dos corceles y la reina Ibriza bajó del suyo fuera de sí por los violentos dolores. El demonio se metió en la cabeza de Gadbán cuando éste la vio tendida en el suelo; desenvainó la espada delante de la joven y le dijo: 

– ¡Señora! ¡Permite que te posea! – Al oír estas palabras volvió la cabeza hacia él y le replicó: 

– ¡Sólo me faltaba los esclavos negros después de haber rechazado a los reyes más poderosos! – lo insultó, le mostró su ira y le dijo: – ¡Ay de ti! ¿Qué significan estas palabras que pronuncias? No hables de este modo en mi presencia y sabe que no consentiré nunca a lo que has pedido, aunque tuviese que beber el cáliz de la muerte; espera hasta que hay a dado a luz, me haya repuesto y haya expulsado la placenta. Si entonces me vences, podrás

hacer conmigo lo que quieras. Si no dejas en el acto estas palabras vergonzosas, me mataré con mi propia mano y quedaré libre de todo esto. – Y añadió – ¡Gadbán! ¡Déjame en paz, pues ya tengo bastante con las adversidades del destino! Dios me ha prohibido el fornicar y ha dicho: « El fuego será la morada de quien me desobedezca». No siento inclinación por hacer el mal; déjame; no me mires con malos ojos. Si no dejas de utilizar conmigo este lenguaje y respetas mi honor, llamaré con toda mi fuerza a los hombres de mi pueblo; haré venir a los que están cerca y a los que están lejos. Aunque se me despedazase con una espada yemení no consentiría que un disoluto me viese, aunque fuese libre o grande; ¿cómo lo he de consentir al esclavo que desciende de mujeres adúlteras? – Gadbán al oír estos versos se encendió de furor, sus ojos se enrojecieron, sus mejillas se ensombrecieron, las narices se le hincharon, los labios se le contrajeron aumentando aún más la repugnancia que inspiraba. 

– ¡Ibriza! No me dejes morir de amor con esa mirada tajante. Tu dureza ha partido en pedazos mi corazón; mi cuerpo ha quedado extenuado; mi paciencia se ha concluido. Tu voz ha seducido con su encanto al corazón; he perdido el entendimiento y el deseo ha hecho presa en mí. Aunque la tierra entera se cubra de soldados que vuelen en tu auxilio, y o conseguiré mi propósito ahora mismo. – Al oír Ibriza estas palabras, rompió a llorar y le dijo: 

– ¡Ay de ti. Gadbán! ¿Te insolentas hasta el punto de hablarme así? Eres hijo de un adulterio y has sido educado en la indecencia. ¿Crees que todas las personas son iguales? 

Cuando aquel esclavo de mal agüero hubo oído estas palabras, se enojó grandemente, se acercó a ella, le dio un mandoble con la espada y la mató. Cogió el dinero, el caballo de la reina y huyó a buscar refugio en las montañas. La reina Ibriza cayó muerta en el suelo al mismo tiempo que daba a luz un varón. Marchana lo cogió en sus brazos y dio un gran alarido y exclamó: 

– ¡Qué desdicha! ¿Cómo un esclavo negro, sin valor alguno, ha podido matar a mi señora cuando ésta era tan valerosa?

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