Impregnado de ella
Hubo una mañana en que desperté maravillado. No era extraño abrir mis ojos y, al verla, sentir que estaba en el mismo cielo. Pero esa mañana, cuando la vi a mi lado me invadieron tantas sensaciones.
¡Por dios! Pero qué noche más cálida.
La suavidad de su piel estaba esparcida en la mía, se ha quedado conmigo. Mi cuerpo olía a ella, a su cabello, a su esencia, a sus besos. Sentía con solo mirarla, que era uno con ella.
La abracé. No quería separarme de esa mujer. El día insistía y yo resistía. Mis brazos abrochados a su alrededor se negaban a dejar que se levantara.
“Solo un ratito más” pensé. Hacía frío. Aún llovía desde la tarde anterior. ¿Qué caso tenía levantarse? Ella se movió. La acerqué a mi, y le hablé muy despacio.
– Ven aquí – le dije atrayéndola a mi pecho. Ella apoyó su cabeza sobre mi corazón. – Cierra los ojos. – le susurré. Y dejé que mi mano recorra su espada lentamente y mis dedos se perdieran una y otra vez entre su cabello.
Cuando mis dedos alcanzaron el final de su espalda, acompañando la elevación de sus nalgas, se colaron entre ellas. Su mano se movía en mi pecho. Ella adora eso. Y a mí me relaja tanto. Mi mano seguía recorriéndola lentamente, por el centro de su espalda y hasta donde llegue….
Es que disfruto tanto explorar su cuerpo, recorrer sus rincones. Y en esos minutos eternos y tan nuestros, no puedo pensar otra cosa que no sea recorrerla, amarla, adorarla. Una y otra vez
Indudablemente la amo demasiado. Amo a esa mujer mucho más de lo que hubiera imaginado que se podía amar. La amo más allá de mí mismo, con el alma. La amo al punto de sentirme impregnado de ella. Porque cada una de sus caricias, de sus miradas, de sus suspiros, se quedan grabados en mí.

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