El visir de Yemen y su hermano
Este es un cuento de
Las muy y una Noches
Se cuenta que el señor Badr al-Din, visir del Yemen, tenía un hermano, un prodigio de hermosura, que le causaba muchas preocupaciones. Buscó quien le instruyera y encontró a un jeque venerable, serio, religioso y casto. Le instaló en una casa situada al lado de la suya.
Permaneció en esta situación durante algunos días. Cada día iba al domicilio del señor Badr al-Din para enseñar a su hermano y después regresaba a su casa. El corazón del jeque se quedó prendado del joven, la pasión fue creciendo y vivía en una inquietud constante. Un día se quejó al muchacho de su situación. Éste le replicó:
– ¿Cómo he de hacerlo? Yo no puedo separarme de mi hermano ni de día ni de noche. Él siempre está a mi lado como puedes ver. – El jeque le dijo:
– Mi casa está junto a la vuestra. Cuando tu hermano duerma será fácil levantarte e ir al retrete. La gente de la casa creerá que duermes. Entonces ven junto a la pared de mi azotea y yo te acogeré al otro lado del muro. Permanecerás conmigo un rato y después volverás sin que se entere tu hermano. – El joven dijo:
– ¡Oír es obedecer! – El jeque preparó regalos dignos de su rango.
El joven se metió en el retrete y esperó hasta que su hermano se hubo acostado. Permaneció allí y dejó que transcurriese parte de la noche para que su hermano se quedara dormido. Después se dirigió hacia el muro y encontró al jeque de pie, esperando. Le tendió la mano, el joven la cogió, y le hizo entrar en su casa.
Aquélla era una noche de luna llena. Se sentaron a hablar mientras pasaban del uno al otro los vasos de vino. El jeque empezó a cantar mientras la luna les iluminaba con sus rayos: estaban en plena fiesta, en una orgía, sumergidos en las dulzuras del placer y en un bienestar que dejaba confuso al entendimiento y a la vista, pues era imposible de describir.
En ese momento se despertó el señor Badr al-Din y vio que faltaba su hermano. Se levantó asustado y vio que la puerta estaba abierta. Salió, oyó hablar, trepó por la pared a la azotea, vio que la luz irradiaba desde la casa vecina; al observar desde detrás del muro vio a los contertulios que se pasaban la copa. El jeque se dio cuenta de su presencia y, con la copa en la mano, entonando una melodía, recitó estos versos:
Me ha escanciado vino de la saliva de su boca
y me ha saludado con el bozo y regiones vecinas.
Ha pasado toda la noche abrazado conmigo
mejilla contra mejilla un hermoso que no tiene par en el género humano.
Pero ha aparecido la luna llena (Badr) iluminándonos.
Le ruego que no nos denuncie a su hermano.
El señor Badr al-Din al oír estos versos fue amable y dijo:
– ¡Por Dios! ¡No os denunciaré! –, y les abandonó en plena fiesta.

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