El mito del Rey Midas

El mito del Rey Midas

El mito del Rey Midas

Cuenta la historia que hace siglos en lo que se conoce como Turquía, hubo una antigua ciudad llamada Frigia donde reinaba el Rey Midas. Como todo soberano, Midas lo tenía todo, absolutamente todo. De todo aquello que pudiera desear un hombre, él tenía el doble. Su palacio era el más imponente y sus jardines, poblados de rosales, eran los más bellos de la región. Tenía una pequeña hija que era la luz de sus ojos. Pero él sentía que no tenía suficiente.

Cierto día, recorriendo los senderos de su hermoso jardín, se topó con un sátiro llamado Selenio. Estas criaturas eran mitad hombre, mitad cabra y solían lucir muy mal. No obstante, Midas decidió acogerlo y lo trató como a un invitado del Rey. Poco después, Midas se enteró que este sátiro era el tutor del dios Dionisio, quien agradecido por la hospitalidad que Selenio había recibido, le concedió a Midas un deseo.

El Rey no lo pensó mucho. Lo primero que vino a su mente era el oro y le gustaba tanto que pidió “Quiero que todo lo que yo toque se convierta en oro”. Dioniso, al escuchar tal petición, se mostró sorprendido, pero aún así concedió el deseo.

El Rey Midas estaba fascinado, recorrió los jardines y cada rosa que tocaba se convertía inmediatamente en una rosa de oro. Cada hoja, cada banco, cada vela que tocó, se volvieron de oro. Su alegría no tenía límites. Recostado sobre su trono mientras su sirviente lo alimentaba rebosaba de dicha y satisfacción.

Sin embargo, cuando la noche llegó y la cena fue servida, el Rey Midas observó cómo su tenedor, su silla y la mesa, al tocarlos se volvieron de oro. Al principio sonrió contento, pero al querer llevar un trozo de pan a su boca palideció, la rebanada de pan se había convertido en oro.

Tomó su copa y tanto ésta como el contenido, se volvieron de oro. Midas entró en pánico. “¿Cómo voy a comer y a beber?” se preguntó casi con desesperación. En ese instante su pequeña hija corrió hacia él. Solía saludarlo cada noche antes de dormir. La pequeña abrió sus brazos y en el momento en que abrazó al rey, ella se convirtió en una hermosa estatua de oro. Midas estalló en llanto. “¿¡Pero qué he hecho!?” exclamó acongojado mientras miraba incrédulo a su hija convertida en oro “Por mi estúpida codicia he perdido a mi hija” lloriqueó. 

El dios Dionisio escuchó sus plegarias y consideró que Midas había aprendido su lección. Entonces le dijo que fuera hasta el río Pactolo y se bañe en sus aguas. El Rey Midas hizo lo que Dionisio le ordenaba, y mientras más se sumergía, más doradas se volvían las aguas del río. Pero él seguía tan entristecido que no podía con el peso de su alma. Entonces el Dios Dionisio le dijo severamente “Has aprendido la lección, tu corazón ha cambiado… el agua del río terminará de limpiarte de tu codicia y volverá a la normalidad a todo aquello que has convertido en oro”. Entre lágrimas y congoja, el Rey Midas pudo sonreír nuevamente. 

Al regresar a su palacio, su preciada hija corrió hacia él a abrazarlo y Midas sintió que ese fue el abrazo más hermoso que había recibido en toda su vida. Las rosas que habían recuperado sus colores, eran las más bellas que había visto alguna vez, la comida que probaba era la más deliciosa. Y profundamente agradecido vivió feliz como nunca antes lo había sido. Apreciando y valorando cada una de las cosas que lo rodeaban.




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Benicio
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