El maestro enamorado – Las mil y una noches

El maestro enamorado – Las mil y una noches

El maestro enamorado

Relato extraído de
Las mil y una Noches

Pasé junto a un maestro que estaba en una escuela enseñando a leer a los chiquillos. Tenía buen aspecto y un rostro hermoso. Me acerqué a él. Me hizo sentar a su lado y yo le interrogué sobre las primeras letras, la gramática, la poesía y la lexicografía: me contestaba perfectamente a todas las preguntas. Le dije: “¡Que Dios te ayude en tus proyectos! Tú conoces perfectamente todo lo que te he preguntado”. 

Desde entonces lo frecuenté durante cierto tiempo y cada día le descubría una nueva cualidad. Me dije: “Esto es algo prodigioso en un maestro que da clase a los chiquillos, y a que todas las personas inteligentes están de acuerdo en que los maestros están algo chiflados”. Le dejé y le seguí frecuentando algunos días. Uno de ellos acudí según mi costumbre, pero encontré cerrada la puerta de la escuela. Pregunté a los vecinos y respondieron: “Se le ha muerto alguien en su casa”. Me dije: “Es necesario que vaya a darle el pésame”.  Corrí a su puerta, llamé y salió a abrirme una esclava quien me preguntó: 

– ¿Qué quieres? 

– Ver a tu dueño.

– Está solo, profundamente afligido. 

– Dile: ‘Tu amigo Fulano pretende darte el pésame’. – Fue y se lo dijo. El maestro le replicó: “Déjale entrar”. 

La joven me permitió que pasase y yo me presenté ante él: estaba sentado, solo, con el turbante en la cabeza. Le dije: 

– ¡Que Dios te conceda una gran recompensa! Todos nosotros hemos de seguir ese camino. ¡Ten paciencia! – Después le pregunté quién se había muerto. Me replicó: 

– ¡La persona a la que más quería y amaba!

– ¿Tu padre?

– No.

– ¿Tu madre?

– No.

– ¿Tu hermano?

– No.

– ¿Uno de tus parientes?

– No.

– ¿Pues qué relación tenía contigo?

– Era mi amada! – Me dije: “Ésta es la primera muestra que da de ser corto de entendederas”. Le consolé: 

– Encontrarás otras más hermosas que ella. 

– No la he llegado a conocer para poder decir que hay mujeres más hermosas que ella. –

Me dije: “Ésta es la segunda tontería”. Seguí: 

– ¿Y cómo te has enamorado sin verla? – Me contestó: 

– Estaba sentado en la ventana cuando pasó un hombre por la calle cantando este verso: «¡Oh, Umm Amr! ¡Dios te recompense por tu generosidad! ¡Devuélveme mi corazón donde quiera que se encuentre!». Al oír estas palabras me dije: ‘Si esta Umm Amr tuviese en el mundo quien pudiera comparársela, los poetas no la cantarían a ella’. Así me enamoré de ella. Dos días más tarde volvió a cruzar el mismo hombre recitando este verso: «Cuando el asno se llevó a Umm Amr, ni aquél ni ésta regresaron.» Estas palabras me han hecho saber que ella ha muerto. Empecé a llorar por ella y así llevo tres días.

Me marché después de haberme cerciorado de lo escaso de su inteligencia.

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Benicio
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