Dos Mendrugos de pan
Relato de Las mil y una noches
Se cuenta que un rey dijo a las gentes de sus dominios: «He de cortar la mano a aquel de mis súbditos que dé limosna». Todos los habitantes se abstuvieron de dar limosna y ninguno de ellos podía hacer limosna a otro. Cierto día un pobre, muerto de hambre, se acercó a una mujer y le dijo:
– ¡Dame algo de limosna!
– ¿Cómo he de darte una limosna si el rey corta la mano de todo aquel que la hace?
– ¡Te ruego, por Dios (¡ensalzado sea!), que me des algo de limosna! – le insistió. La mujer, al ser rogada en nombre de Dios, se apiadó de él y le dio dos mendrugos. La noticia llegó al rey quien le mandó comparecer y cuando la tuvo delante mandó que le cortaran las dos manos. Más tarde, el rey dijo a su madre:
– Quiero casarme. Cásame con una mujer bonita. – Le contestó:
– Entre nuestras siervas hay una que no tiene par. Pero tiene un defecto grave.
– ¿Cuál es?
– Tiene amputadas las dos manos.
– Quiero verla.
Se la llevaron y al -contemplarla se enamoró, se casó con ella y consumó el matrimonio. La mujer era la que había dado los dos mendrugos al pedigüeño, por lo cual le habían cortado las dos manos. Una vez casada las concubinas le tuvieron envidia y escribieron al rey diciéndole que ella era una libertina y que ya había dado a luz un muchacho.
El rey escribió a su madre una carta mandándole que abandonase a su mujer en el desierto regresando ella después. La madre lo hizo así: la acompañó al desierto y después de abandonarla, regresó. La mujer se puso a llorar y a sollozar amargamente por lo que le ocurría. Mientras caminaba llevando al niño en el cuello pasó junto a un río y se arrodilló para beber, pues estaba sedienta por lo fatigoso de la marcha y por la mucha pena. Al bajar la cabeza cayó el niño en el agua.
La madre se sentó a llorar amargamente la pérdida de su hijo. Mientras lloraba pasaron dos hombres que le dijeron:
– ¿Por qué lloras?
– Llevaba a mi hijo en el cuello – les contestó – y se ha caído al agua.
– ¿Desearías que te lo sacásemos?
– ¡Sí! – Los dos invocaron a Dios (¡ensalzado sea!) y el muchacho volvió a su lado sin daño alguno. Le preguntaron:
– ¿Te gustaría que Dios te devolviese las manos?
– Sí. – Ambos invocaron a Dios (¡gloriado y ensalzado sea!) y sus dos manos reaparecieron más hermosas de lo que habían sido. Le dijeron:
– ¿Sabes quiénes somos?
– ¡Dios es el más sabio!
– Nosotros somos los dos mendrugos de pan que diste como limosna al pordiosero. Tu limosna fue la causa de que perdieses las manos. ¡Alaba a Dios (¡ensalzado sea!) que te ha devuelto las manos y a tu hijo! La joven alabó a Dios (¡ensalzado sea!) y le glorificó.

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