Carta de la reina Budur al rey al-Asad
Estas letras están extraídas del libro
Las mil y una noches
De aquella que perece de pena y de deseo, a la más hermosa de las criaturas, la que enamora por su perfección, la que vive engreída de su profunda gracia, la que rehúye la unión con aquella que la ambiciona a pesar de que ésta se humilla y se degrada ante quien es severo y desdeñoso; al rey al-Asad, hermoso sin par, de belleza resplandeciente, con rostro brillante y frente llena de luz y de claridad. Ésta es la carta que dirijo a quien ha derretido mi cuerpo con su amor, a quien ha desgarrado mi piel y mis huesos.
Sabe que y a no puedo tener más paciencia, que estoy perpleja ante lo que me sucede; el deseo y la lejanía perturban mi sueño, y la resignación me ha abandonado al tiempo en que me alcanzaban las penas y el insomnio; el amor y la pasión me atormentan; la consunción y la languidez se han apoderado de mí. Daría mi vida si hubiese de servir de rescate a la tuya, mientras que tú te recreas haciendo morir a la que te ama. ¡Dios te guarde de todo mal!
El destino ha decretado que me enamorase de ti, ¡oh tú, que eres tan bello como la luna cuando sale! Encierras toda la elocuencia y la simpatía; eres la más resplandeciente de las criaturas.
Estoy contenta de que seas tú quien me atormenta; así es posible que me concedas, como limosna, una mirada.
Quien muere de amor por ti es afortunado; quien no conoce el amor ni ama, no sabe lo que es la felicidad. Ante ti, Asad, me quejo de la llama de la pasión: ¡ten piedad de la esclava de amor que arde en el deseo!
¿Hasta cuándo van a jugar conmigo las manos de la pasión, el amor, las preocupaciones, el insomnio y la fatiga? Unas veces me quejo de ahogarme en el mar; otras, de que las llamas han prendido en mi corazón. ¡Qué extraño es todo esto, oh mi deseo!
Tú, que me censuras, deja de hacerme reproches y procura escapar del amor, pues las lágrimas brotan de los ojos. ¡Cuántas veces, lleno de pasión al ver que te alejabas, he gritado!: ¡Ay de mí! Pero de nada me han servido los ay es ni los gritos. Me has hecho enfermar con ese desvío que soy incapaz de soportar; tú eres el médico: cúrame con lo que sea necesario.
¡Tú que me injurias! No me critiques por precaución, no ocurra que el mal de amor te alcance y te haga perecer antes que a mí.
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