ALEJANDRO MAGNO Y EL REY DE UNA TRIBU SALVAJE
Extraído del libro
Las mil y una Noches
Se refiere que Alejandro, el de los dos Cuernos, encontró en sus viajes un pueblo débil que no poseía ninguno de los bienes de este mundo: abrían las tumbas de sus difuntos junto a la puerta de sus casas y se preocupaban siempre de ellas, les quitaban el polvo, las limpiaban, las visitaban y adoraban a Dios(¡ensalzado sea!).
No tenían más alimento que las hierbas secas y los frutos salvajes. Alejandro, el de los dos Cuernos, envió un mensajero para pedir a su rey que acudiese ante él. No quiso y contestó:
– Yo no le necesito. – Entonces, Alejandro, el de los dos Cuernos, fue a visitarle y le preguntó:
– ¿Cuál es vuestra situación? ¿Cómo estáis? Veo que no tenéis ni oro ni plata; me doy cuenta de que desconocéis los bienes de este mundo
– Los bienes de este mundo no sacian a nadie – le replicó.
Alejandro dijo:
– ¿Por qué abrís las tumbas junto a vuestra puerta? – Le contestaron:
– Para tenerlas siempre delante de nuestros ojos. Al contemplarlas nos acordamos de la muerte, no nos olvidamos de la vida futura y el amor de los bienes mundanales desaparece de nuestro corazón y no nos distrae de la adoración de nuestro Señor (¡ensalzado sea!)
– ¿Y por qué coméis la hierba?
– Porque nos repugna transformar nuestro vientre en la tumba de animales y porque las dulzuras de la gula no pasan más allá de la garganta. – El rey alargó la mano, sacó la calavera de un hombre y la colocó delante de Alejandro. Le dijo: – ¡Bicorne! ¿Sabes quién era el dueño de esto?
– ¡No!
– Era uno de los reyes de este mundo que fue injusto con sus súbditos; los tiranizó, oprimió a los débiles y empleó su tiempo en amasar las futilidades de esta vida. Dios le arrebató su alma e hizo del fuego su morada. Ésta es su cabeza. – Alargó la mano y colocó otra calavera ante Alejandro. Le preguntó: – ¿Sabes quién es éste?
– No.
– Era un rey de la tierra; era justo con sus súbditos, amable con los sujetos e inferiores. Dios le arrebató el alma, le dio por morada él Paraíso y le concedió un puesto elevado. – El rey colocó la mano en la cabeza del Bicorne y le dijo: – ¡Ojalá supieras cuál de estas dos calaveras vas a ser! – El Bicorne rompió a llorar a lágrima viva, le estrechó contra el pecho y le dijo:
– ¡Si tú quisieses ser mi compañero te nombraría mi visir y repartiría contigo mi reino!
– ¡Guárdate! ¡Guárdate de hacerlo! No deseo tal cosa.
– ¿Por qué?
– Porque todos los hombres son tus enemigos a causa de las riquezas y del poder que te fueron dados, pero en cambio todos son mis amigos verdaderos dada mi pobreza, mi mezquindad; dado que nada poseo ni nada ambiciono de este mundo; dado que nada me interesa ni nada apetezco, y a que sólo busco lo que necesito.
Alejandro le estrechó contra su pecho, le besó entre los ojos y se marchó.

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