EL ASCETA ISRAELITA
Este es uno de los cuentos de
Las mil y una Noches
Se cuenta que entre los hijos de Israel había un asceta cuyos familiares hilaban algodón. Cada día vendía lo hilado, compraba algodón y con la ganancia adquiría los alimentos que su familia necesitaba para la jornada. Cierto día salió, vendió lo hilado y tropezó con un hermano que se le quejó de sus necesidades. Le entregó el importe de lo hilado y volvió al lado de su familia sin algodón y sin comida. Le preguntaron:
– ¿Dónde está el algodón y la comida? – Les contestó:
– He encontrado a Fulano, quien se me ha quejado de sus necesidades. Le he dado el importe de lo hilado
– Y ¿qué haremos si no tenemos nada que vender? – Tenían una jofaina rota y una jarra. Las llevó al mercado, pero nadie se las compró. Mientras estaba en el zoco pasó por su lado un hombre que llevaba un pez hediondo e hinchado que nadie le había querido comprar. El dueño del pez le dijo:
– ¿Me vendes tu mercancía a cambio de la mía?
– Sí. – Le entregó la jofaina y la jarra, cogió el pez y se marchó con él junto a su familia. Le preguntaron:
– ¿Qué haremos con este pez?
– Lo asaremos y nos lo iremos comiendo hasta que Dios (¡ensalzado sea!) nos depare otro alimento. – Lo cogieron, le abrieron el vientre y en el interior encontraron una perla. Se lo comunicaron al anciano quien les dijo:
– ¡Fijaos! Si está agujereada pertenece a alguien; si no lo está constituye un don que Dios os hace. – Se fijaron y vieron que estaba agujereada, Al amanecer se la llevó a un amigo que era experto. Éste le preguntó:
– ¡Fulano! ¿De dónde has sacado esta piedra?
– Dios (¡ensalzado sea!) nos la ha entregado.
– Vale mil dirhemes y yo te doy por ella dicha suma; pero llévala a Fulano, que es más rico y más experto. Se la llevó y éste le dijo:
– No vale más de setenta mil dirhemes. – Le entregó los setenta mil dirhemes, el asceta llamó a los faquines y éstos le llevaron el dinero hasta la puerta de su casa.
Un pobre se le acercó y le dijo:
– ¡Dame algo de lo que Dios (¡ensalzado sea!) te ha dado! – El jeque contestó:
– Ayer era un igual tuyo. ¡Coge la mitad de la suma! – Dividida la suma en dos partes iguales, cada uno de ellos cogió la que le correspondía. Entonces el pobre le dijo:
– ¡Coge y guarda todo tu dinero, pues Dios te bendice! Tu Señor me ha enviado a ti como mensajero para ponerte a prueba. – El jeque exclamó:
– ¡Loado y gloriado sea Dios!
Él y su familia vivieron en la abundancia hasta que les llegó la muerte.
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