Un día… Se nos fue el tiempo de las manos
Cinco de la mañana. Esa noche no imaginé que se nos haría tan tarde.
Pero es que, en el momento en que me rodeó con sus brazos y me acercó a su cuerpo, yo llevé mi mano a su espalda y la recorrí suavemente. Tomé su rostro suavemente y lo levanté hacia mí, solo para encontrar su mirada y sonreirle.
Simplemente me perdí en mí mismo, en mis sentimientos, en mis sensaciones, en mi deseo de tenerla conmigo y me olvidé del mundo. Mi pulgar se deslizó sobre sus labios y mi corazón, estallando una y otra vez contra su pecho, le estaba diciendo a voces lo que yo llevaba por dentro.
Me acerqué a su boca y la cubrí con mis labios, sus manos se cerraron apretando mi camisa. Sus labios se abrieron y cubrieron los míos. “Te amo”, susurré en su boca. Mis brazos la envolvieron y la acercaron a mí. Mi boca la recibió con ansias y ella la recorrió con ansias también. Su lengua abrazó a la mía, que se escondió en su boca. Me separé apenas unos centímetros para mirarla a los ojos. Acaricié su rostro y besé su frente.
Después de despedirnos, mi cuerpo aún no dejaba de temblar. Ella aún estaba en mi. Yo aún estaba en ella. Solo ella puede hacer esto conmigo. Lamenté mucho haberla retenido tanto tiempo fuera del horario habitual. Pero a decir verdad, yo ni siquiera había sentido el peso del sueño. Sólo más tarde, cuando mi cuerpo ya comenzaba a relajarse y recuperé mi mente, me di cuenta de la hora que era.
Es increíble lo ella hace conmigo. Lo que puede provocarme, lo que mi cuerpo siente cuando está a mi lado. Cada vez que su mano se posa sobre mi, mi cuerpo pasa a ser suyo, a pertenecerle, a responderle.
Aún me cuesta creer la intensidad de los sentimientos que tengo hacia esa mujer. Pero la verdad es que no pude evitar enamorarme de ella.

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