El Propósito de la Lectura

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El Propósito de la Lectura

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Luego de leer muchas veces el libro que su maestro le había indicado, el alumno lo cerró apesadumbrado. No podía recordar nada de lo que había leído. Se sentía muy cansado y pensó que si dormía, al día siguiente podría volver a leer y los resultados serían mucho más alentadores. 

Sin embargo, y aún habiéndose asegurado de dormir las horas que su maestro le había recomendado, finalizada la lectura no recordaba nada. Invadido por la frustración se acercó a su maestro y le dijo que aún habiendo leído los libros varias veces, no podía recordar lo que decían.

El maestro, en silencio, le dio un nuevo libro. El muchacho pensó que tal vez los libros que había leído no eran de su interés, quizás no eran relevantes, por esa razón no lograba recordarlos. Con esta idea se dispuso a leer los nuevos libros que había recibido, pero luego de unos días, y habiéndolos leído un par de veces, solo obtuvo el mismo resultado. No lograba recordarlos.

Llevaba tanto tiempo leyendo y olvidando que no podía menos que considerar que eso era una pérdida de tiempo. Al llegar ante su maestro con los nuevos libros leídos y olvidados, le explicó que aún no lograba recordar nada de lo que había leído. Su maestro, en silencio, le entregó más libros. El joven estaba molesto. “Llevo mucho tiempo leyendo, y he leido casi todos los libros de la biblioteca, pero no logro recordarlos… ¿Cuál es el propósito de la lectura, Maestro?” 

El maestro lo miró, en silencio tomó su morral  y solo dijo “Sígueme”. Caminaron varios kilómetros y llegaron hasta el río. El joven aún no comprendía cuál sería la lección del día. Observó a su maestro sentarse bajo un gran árbol y abrir su bolso. Poco después lo llamó y extendiendo hacia el alumno una especie de cuenco, le dijo “Ve hasta el río por agua, tengo sed”. El muchacho tomó el cuenco y al mirarlo sonrió, pensando que su viejo maestro se había equivocado.

Se volvió hacia él y enseñándole el cuenco le dijo. “Maestro…”. Pero el hombre no lo dejó terminar e insistió. “Sólo ve, tengo sed” dijo con seriedad señalando el río. El muchacho lo miró e intentó explicarle una vez que lo que le había dado no era un tazón sinó un colador. Pero el maestro insistió en que fuera al río.

En silencio el muchacho se fue hacia el río con el colador en su mano. No dejaba de mirarlo. Pensaba que quizás era un colador mágico que al tocar el agua sus agujeros se taparían. Pero no. Al llegar a la orilla del río, se inclinó y dejó que el agua fresca y cristalina del río llenara el colador, y al levantarlo vio como se escurría por todos los agujeros. 

Alzó la vista y miró a su maestro que descansaba bajo el árbol. Tenía sed. ¿Cómo haría para llenar ese colador con agua? Intentó nuevamente cubriendo los agujeros con partes de sus ropas, pero el agua, de todas formas, terminaba escurriéndose a los pocos pasos. Regresó al río y volvió a llenar el colador. El agua corría con fuerza, tenía que sostener el colador con ambas manos para que el río no lo llevara, puso algunas hojas de un arbusto que había cerca y volvió a intentar llenarlo. Pero no llegó a hacer la mitad del camino, que el agua se había ido por entre las hojas y los agujeros.

Entristecido regresó ante su maestro con sus manos vacías cargando solo el colador. Y se excusó con el viejo por no haber conseguido traerle agua. El maestro entonces tomó el colador y sonriendo le dijo, “Este colador no es el mismo que yo te he dado, está más limpio y brilloso, el agua que ha pasado por él lo ha cambiado, lo ha dejado mucho mejor de lo que estaba. Ese es el propósito de la lectura. Todo lo que has leído, aún si no puedes recordarlo, te ha vuelto una persona diferente, una mejor persona.”




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