¿Berrinche?

¿Berrinche?

¿Berrinche?

– ¿Por qué eres así?¿Por qué haces eso? – Dijo él después de uno de sus silencios que a mí se me antojó eterno.

Esa noche se acostó a mi lado. Yo no dormía, pero no se lo hice saber, aunque sé que lo intuía. Se acercó a mí y me abrazó.

– No quiero molestarte, pero necesito abrazarte y aunque no me respondas, voy a decirte algo – me dijo en voz baja y muy cerca del oído – “Sé que estas molesta. Y lo siento.  Lamento haber hecho que te sientas tan mal.

Y mientras susurraba me abrazó fuerte. Y beso mi hombro. Luego continuó.

– Si pretendes alejarme no lo conseguirás, porque tus berrinches te hacen sumamente sexy. Y solo puedo pensar en llenarte de besos, en acariciarte y en quitarte ese ceño fruncido y llenar tu rostro de sonrisas.

Yo pensé “¿Berrinche?”. Podía sentir el palpitar de mi vena aorta bombeando a todo dar en mi cuello y retumbaba en mi cabeza como el repiquetear de unos tambores en marcha militar. Me dolía el pecho, me dolía el alma, quería gritar y todo lo que alcanzaba a salir de mi garganta era silencio.

Mis ojos se cerraban. Mi vista estaba cansada. Y solo por eso me quedé quieta a su lado tan solo dejándome abrazar.

Al abrir los ojos en la mañana, lo sentía aún pegado a mi. Pasaba el tiempo,tenía que comenzar el día, eran ya las 11 de la mañana, pero yo aún no era persona. Y él estaba envolviéndome con sus brazos, con su calor, con su amor, con su alma. Agradecí ese abrazo. De todas las cosas que pude haber necesitado ese día, quizás eso era lo que iría en primer lugar. Pero más agradezco la seguridad de que ese abrazo nunca va a faltarme.

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Luna
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