Un día… Mi esposa se alejó de mi.

Un día… Mi esposa se alejó de mi.

Un día… Mi esposa se alejó de mi.

No era la primera vez que discutíamos, pero de pronto todas las parejas discuten de vez en cuando. Claro que nosotros tenemos la ridícula habilidad de discutir acaloradamente por pequeñeces sin sentido. Pero de eso nos damos cuenta cuando ya estamos heridos, cansados y lo único que podemos pensar es en abrazarnos y olvidarlo todo.

Ese día, mejor dicho, esa noche intentábamos solucionar las cosas, pero parecía ser que cada cosa que decíamos nos hundía más y más. Finalmente mi bocota y yo nos lucimos de nuevo. No recuerdo bien lo que dije, solo sé que para ella fue razón suficiente para no estar conmigo en nuestra cama, y en ese momento me tocó verla alejarse de mí, salir de la habitación.

No es fácil para mí soportar ese tipo de distancias. Soy de los que piensan que conversando las cosas se solucionan, y si estamos cerca, tomados de la mano o abrazados, las cosas se solucionan mejor. Debe ser por eso que, cuando ella se aleja de esa forma, siento que el frío atraviesa mi pecho como una especie de lanza que me cruza de lado a lado y me congela, me paraliza. 

Dormir esa noche no fue fácil. Giré hacia la ventana, porque la cama vacía parecía enorme, fría, desolada. El silencio, sin su respiración a mi lado era insoportable. Cuando ella pone esas distancias, cuando ella me sugiere una noche de cama vacía, yo siento realmente que caigo en un pozo sin fondo donde solo caigo, y caigo, y caigo…

A la mañana siguiente cuando abrí los ojos pude sentir que estaba a mi lado. Su espalda estaba cerca de la mía. Sabía que aún estaba distante y dolida, molesta, enojada, herida, en realidad ambos lo estábamos, pero saberla a mi lado fue suficiente para mi. Aún si estábamos de espaldas, tuve en ese instante la certeza de que esto también pasará. 

Giré hacia ella sin invadirla, la saludé como cada día y, si bien en un principio sus respuestas fueron muy cortantes, poco a poco pudimos establecer una conversación amorosa y pacífica qué nos condujo a la armonía una vez más.

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Benicio
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