Misterio de una caricia
En la penumbra de la habitación mi mano viaja desvergonzada, por tu cuerpo.
Los sonidos de la noche nos envuelven. La pálida luz de las velas tambalea con la brisa fresca del mar, haciendo que nuestras sombras tiemblen, al igual que nuestros cuerpos, perdidos en la caricia. Vaya misterios que esconde una simple caricia.
Si digo algo quizás sobre… es que no hace falta decir nada.
Tu mirada en la mia, tu respiración agitada, los movimientos de tu cuerpo bajo mi mano, la temperatura de tu piel… tu vientre ardiendo…
Nada que sea dicho puede describir la sensación que me invade.
Mis dedos te recorren, acariciando tu rostro, metiéndose entre tus cabellos, muy despacio, luego se deslizan por tu hombro, y caen en el valle entre tus pechos, lentamente, por el centro de tu abdomen, para hundirse en tu pubis y perderse entre tus muslos, con delicadeza sobre tu ropa interior.
El encaje de tu sostén se resiste, pero tu pezón presiona bajo mi dedo insistente que gira y gira a su alrededor. Es tan suave la tela, no me sería difícil descubrirlo, devorarlo sin piedad… Sin embargo, poder verlo de esta manera me resulta tan excitante! Aunque, no tanto como acariciar tu muslo, tu ingle, y tocar tu encaje pero desde adentro.
El interior de tu cuerpo me llama, puedo sentirlo, y el mío responde casi desesperado. El calor abrasador me consume poco a poco. La sangre alborotada corre por mis venas como si fuera lava ardiente.
E indefectiblemente. . . Confluyendo en el mismo lugar. Como siempre.
Volviéndome un esclavo de tu cercanía, prisionero voluntario de tu piel, de tus caricias; alguien que elige sucumbir, una y otra vez, a este mar embravecido de sensaciones que despiertas en mí, tan solo con una mirada.
Y es que, amor, estoy en llamas, como si fuera un volcán que se incendia y está a punto de estallar. Pero solo es una caricia, tan solo un dedo, que se desliza desvergonzadamente por tu cuerpo, en la penumbra de la habitación.
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