El generoso emir Maan b. Zayda
Este es uno de los cuentos de
Las mil y una noches
Se cuenta también que Maan b. Zayda salió de caza con unos compañeros, y al ver que se acercaba una manada de gacelas, se dividieron en grupos para alcanzarlas. Maan se lanzó en pos de una de ellas, y cuando la hubo cogido, la degolló. Vio entonces a una persona, que se acercaba a lomos de un asno, por la campiña. Montó en su caballo, salió a su encuentro, la saludó y le dijo:
– ¿De dónde vienes?
– De la tierra de Qadaa, en donde desde hace años hay sequía. Este año ha sido bueno. He sembrado cohombros y han crecido prematuramente. He separado los mejores, y voy en busca del Emir Maan b. Zayda, cuya generosidad es bien conocida y cuyos beneficios son tradicionales.
– ¿Qué esperas de él?
– Mil dinares.
– ¿Y si te dice que es mucho?
– Pues quinientos dinares.
– ¿Y si te dice que es mucho?
– Trescientos dinares.
– ¿Y si te sigue diciendo que es mucho?
– Pediré doscientos dinares.
– ¿Y si dice que es mucho?
– Cien dinares.
– ¿Y si te dice que es mucho?
– Le diré cincuenta dinares.
– ¿Y si él replica lo mismo?
– Pues treinta dinares.
– ¿Y si aún no está conforme?
– Pues meteré las cuatro patas de mi asno en la vulva de su madre y volveré al lado de mis parientes con las manos vacías.
El emir Maan se rió de sus palabras, condujo el corcel hasta reunirse con sus soldados y se dirigió a su casa. El chambelán le dijo:
– Ha venido a verte un hombre montado en un asno cargado de cohombros
– ¡Hacedlo entrar! – Al cabo de un momento apareció aquél y el chambelán le permitió pasar.
Al llegar ante el emir Maan no lo reconoció, dado su aspecto, su magnificencia y el número de criados y eunucos. Estaba sentado en el trono del reino, y los pajes se hallaban a su derecha, a su izquierda y delante. El hombre lo saludó, y el Emir le preguntó:
– ¿Qué te trae aquí, hermano árabe?
– He puesto mis esperanzas en el Emir, y le traigo cohombros tempranos.
– ¿Cuánto esperas?
– Mil dinares.
– Es mucho.
– Quinientos.
– Es mucho.
– Trescientos.
– Es mucho.
– Doscientos.
– Es mucho.
– Cien.
– Es mucho.
– Cincuenta.
– Es mucho.
– Treinta.
– Es mucho. – El beduino exclamó entonces:
– ¡Por Dios! ¡El hombre que me salió al encuentro en el campo era adivino! Luego, ¿no me das los treinta dinares? – Maan se rió y calló. El árabe comprendió entonces que era el mismo que había encontrado en el campo, y le dijo:
– ¡Señor mío! Si no me das los treinta dinares, recuerda que tengo el asno atado a la puerta de la casa y que Maan está sentado aquí. – Maan se rió de tal forma que cayó de espaldas. Después llamó a su administrador y le dijo:
– Dale mil dinares, más quinientos, más trescientos, más doscientos, más cien, más cincuenta y más treinta dinares, y que deje el asno atado donde está. – El beduino quedó estupefacto y cobró dos mil ciento ochenta dinares. ¡Apiádese Dios de todos ellos!
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